Esta semana de más de lo mismo, como casi todas las
semanas, que los independentistas catalanes siguen discutiendo si son
galgos o podencos, pero, eso sí, con sangre catalana, y de que los del partido
del gobierno quieren hacer mil piruetas comenzando con un presunto bono por 100
euros a los mayores de ochenta años, para no hacer nada, quizás la noticia que
ha brillado con luz propia, es el descubrimiento, y no va con coña, de lo mal que
le van las cosas a Doña Arantxa Sánchez Vicario.
Que aquel por el que rompió con su familia, en una
variante de los cuentos de toda la vida, de paladín de su honor ha trasmutado
en rana ahora. Y también se ha conocido, al final todo se sabe, que lo de la
familia Sánchez Vicario no eran meras sospechas de un presunto, dependiendo de
quién opinara, cuñado-yerno ladino, sino conclusiones tras arduos seguimientos
con detectives privados.
En una época, como la presente, en la que solo te queda
refugiarte en lo familiar, porque fuera caen chuzos de punta, a la pequeña de
los Vicario no le ha quedado más remedio que llamar a la puerta familiar, para
oír en primer lugar ese “Si ya te lo decíamos nosotros…”.
De todas maneras, en nuestro mundo, en el mundo de los
mortales, las cosas no son de la misma manera. Dos personas, el hasta ahora
matrimonio, que se supone no tienen ahora un chavo conocido, más el seguimiento
del Banco de Luxemburgo que les acusa de un presunta deuda de 7,5 millones de
euros, en nuestro mundo no podrían seguir viviendo de la manera que
presuntamente lo hacen. Más que nada por coherencia en el relato.
Todo eso me recuerda el peculiar punto de vista de mi
madre, que cada vez que se veía en televisión, o en cualquier revista del cotilleo, un chalet de esos que quitan el hipo, que ahora a todo el mundo le ha
dado por denominarlos como “casoplón”, ella siempre decía “Quita, quita, lo que
tiene que costar ordenar y limpiar todo eso”.
Pues eso, que Arantxa Sánchez Vicario siempre me ha caído
muy bien, y la he considerado como una luchadora dentro y fuera de las pistas, pero que este vecino del mundo con decir la última palabra, “Sí, cariño”, en su casa (nada de casoplón) y de La Nuri, tiene más que
suficiente. Y de la resolución de los problemas de Arantxa, seguro que ya me enteraré
cuando escriba el próximo libro de sus memorias. Memorias que al parecer nunca tenemos los pobres, al menos no las podemos publicar...
*FOTO: DE LA RED
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