...Y es que no se dónde meter el dedo. Estaba en casa, y con tanto ordenador portátil, teléfono de última degeneración, tablet..., al final estaba intentando mover con el dedo las imágenes de la pantalla del portátil, cuando en realidad tengo que utilizar el ratón. Y es que con tantas modernidades en los últimos años, uno ya mezcla todo.
Ahora comprendo lo que le pudo pasar a Mouriño en aquel partido cuando le metió el dedo en el ojo al segundo de Guardiola. He llegado a la conclusión de que debía de pensar que estaba con el tablet metiendo información sobre el partido, y lo que metió fue la pata.
Eso me recuerda también a que el otro día oyendo la radio, una de las presentadoras del programa comentó, que hace unos días, su hijo, de uno o dos años, al verle leer una revista, metió el dedo en una de las fotografías con el fin de que ésta se agrandase, y lo único que consiguió fue, primero, que se agrandaran los ojos de su madre, y luego su sonrisa.
Quizás ese puede ser el secreto de todo gran descubridor, el ir mirando al mundo con cara de despistado, o con ojos de niño, donde todo es posible porque la frontera entre la realidad e irrealidad todavía no está muy definida.
Como lectores fieles y espabilados que os tengo, os habréis dado cuenta que en el primer párrafo describía a mi teléfono como de última degeneración, y no ha sido un lapsus, sino algo totalmente premeditado, porque el verdadero teléfono era el de los comienzos, o como mucho, aquel que jugaba un papel muy importante en aquella vieja serie de televisión que fue “Los intocables”.
El teléfono primitivo era aquel que solo servía para hablar. Ahora le están metiendo tantas aplicaciones a la vez, que ya más que un teléfono parece la lampara de Aladino, con el que hablas y al momento te consigue lo que quieras.
Esperemos que el hombre en general pueda seguir el paso de las nuevas tecnologías y que el que degenere al final no sea él, porque el hombre y la mujer se crearon con inteligencia para que fuéramos autónomos, y se está dando la paradoja de que hemos creado tantas cosas a nuestro alrededor que nos facilitan tanto el día a día, y lo que pudieran ser horas para pensar y reflexionar se convierten en horas de encefalograma plano, porque llega un momento en que el pensar te duele, porque con el pensamiento se despiertan los sentimientos y algunas veces te hacen sentir incómodo, al darte cuenta de que la persona todavía está en su versión beta del Hombre 1.0, y tiene problemas para regir su parte emocional.
*FOTO: DE LA RED