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martes, 13 de febrero de 2018

MIRANDO HACIA ATRÁS SIN IRA



Quizás sea porque uno que ya está vacunado por la experiencia de la vida, y solo tiene miedo así mismo porque lo demás, salvo excepciones, ya se ve venir, tras levantarme y aterrizar leyendo las principales noticias de ese día, o en realidad del día anterior, y dando una vuelta por Twitter, para no decir en plural eso de “redes sociales”, me doy cuenta al verlo como “Hashtag”, tendencia o etiqueta del día, de que es “Martes y trece.

Por un momento, y no va con coña, he creído que era 31 de Diciembre de hace muchos años, y que está noche íbamos a tener el show de la pareja de cómicos que nos visitaban todos los años en esa misma fecha. Pero, claro, inmediatamente me he dado cuenta de que entonces no había internet, ni mucho menos Twitter.

De todas maneras, me pregunto si hace falta avisar para estar alerta hoy por ejemplo, cuando cada día nos levantamos como si fuera, no el comienzo que suele ser más tranquilito, sino el final de una película de acción en su punto más movidito.

En nuestros días, y convendréis conmigo, no hay jornada que en algún aspecto alguien nos robe la cartera. Ya comenzando, quizás, con esa llamada al telefonillo del portal, que cuando te pones, resulta que es el cartero para dejar algo a … tu vecino. Hay 114 familias en un portal con tres escaleras, y no hay día que no te toque a ti, que tienes tu casa en un cuarto, y que prácticamente, salvo tu familia, esperemos que sea para bien, y Montoro, nadie sabe que vives, o en el peor de los casos, que sobrevives allí.

Y alguien, mucha gente si es “tendencia”, parece preocuparse de lo que pueda pasar un Martes 13. 

Existen muchísimas posibilidades de que tal como estamos en un país donde la actualidad diaria es más sorprendente que una película mezcla de Buñuel, Berlanga y Almodóvar, y donde el que gobierna solo espera que pasen los días sin el menor de los problemas, es perfectamente posible que ese día sea mejor que los anteriores. Quizás, porque llamen a tu puerta y alguien te abrace, creyendo tal vez que está un piso más arriba o más abajo, pero te abraza, y además no te quiere ni robar la cartera ni pegarte una enfermedad venérea. ¡Has tenido suerte, y disfrútalo!

Tras estos momentos de posible euforia, me ha dado por verme, en un improbable flash-back, en los comienzos de los sesenta, todavía muy niño, y en la orilla de la playa. Sobre la arena está escrito en letras grandes y húmedas, "13 de Febrero". Al mirar al mar, alguien ha escrito de alguna manera en letras tan blancas como la espuma de las olas, “14 de Febrero, San Valentín”. Y sabiendo todo lo que mi “amatxo” me ha dicho siempre de que no me meta en el agua sin haber hecho la digestión, ante tanto contraste, tengo el presentimiento de que me pueda pasar algo al cambiar de días con significados tan diferentes. Y … corro hacia la seguridad de mi toalla.

Hay algunos días que ante tanto sinsentido, uno huye hacia unos recuerdos metamorfoseados de una niñez en la que sí fue feliz.

*FOTO: DE LA RED


viernes, 23 de junio de 2017

AL OTRO LADO DE LA HOGUERA...


Dentro de unos momentos, este vecino del mundo se va a dar un paseo que le servirá a modo de elixir de la eterna juventud. Y es que ya falta poco para celebrar la Noche de San Juan. Aquella noche que, entre otras cosas, significaba el fin de un curso, su intento de dejarlo atrás, y jugar con un futuro que se escondía tras la oscuridad de una noche, sin duda, especial.

Hay ritos, costumbres, noches que son una especie de vuelta a la niñez, quizás de empequeñecer en tamaño, para verlo todo con aquellos ojos grandes que nos caracterizaban cada vez que vivíamos algo que escapaba a la razón. Porque un niño, espera todo, comprende todo.

Y la noche de San Juan, aquellas noches de los años sesenta, tenían para nosotros al menos, mucho de rito que olvidaba la razón para troncar con esa sombra de brujería que se esconde en cada noche. Ese quemar algo viejo, ese saltar el fuego, está más cerca de un aquelarre, de jugar con lo prohibido, de cruzar al otro lado del más allá , de la sinrazón. Más cerca de intentar romper las puertas del cielo, que hacer cola ante el Todopoderoso, para ver si nos hemos portado bien.

La noche de San Juan del 2016 tuve la gran suerte de disfrutarla en la playa de La Zurriola, en Donosti, entre carajillos, bruj@s de distinto pelaje y música de enigmáticos acordeones.


Hoy, esta noche, estaré más lejos; lleno de ecos habanero-salineros, y de much@ rubi@ europe@; pero seguiré buscando al otro lado de la hoguera de cualquier playa, ese reflejo, quizás de una cara, o de unos ojos, que no paran de vigilar, prestos a reconocerme el día que ya la hoguera esté en el mismo lado de los dos.

*FOTO: DE LA RED

sábado, 15 de octubre de 2016

LA VIDA EN VERSIÓN "VENCEDOR"



¿Nunca os ha ocurrido que al volver, muchísimos años después, a un lugar del que teníais muy bonitos recuerdos de niñez, se estropea todo el disco duro de tu pasado porque nada casaba? Principalmente, porque lo que “veíais” como grande y espacioso en vuestra versión de niño, ahora podía caber en cinco metros cuadrados, y eso que nunca jugarás en la NBA porque no pasas del metro setenta.


Quizás, por el mismo motivo de que la historia la reescriben los ganadores,  no tiene nada que ver tu relato de tu vida, con lo que es en realidad. Seguro que si la viera un notario desde fuera, le quitaría varias estrellas, si hubiera una Guía Michelín de vidas, porque no da la talla de lo que se esperaba de ella.


Cuando relatamos nuestra vida, siempre la pasamos por el tamiz del Photoshop de los deseos, y no es lo mismo lo que vives, que lo que desearías vivir. Pero relatar asépticamente tu vida, sería sufrir innecesariamente. Y quizás, por aquello de que el espectáculo tiene que continuar, te niegas a que se vean los hematomas de tus decepciones, y las arrugas de lo que pudo ser y no fue.  Porque sabes que antes enseñarías tus vergüenzas epiteliales que las morales.


Quizás, además, el error sería de base,  ya que cuando alguien nos quiere conocer en un momento dado, no nos mostramos como somos, sino como creemos que políticamente debemos ser.


Ningún hombre nunca confesará que después de comer lo que más le gusta es abandonarse en el sofá y que la siesta le viole una y otra vez mientras amortigua el sonido de sus ronquidos un televisor que servirá de coartada ante el oído del vecino. “Me gustan los documentales de la dos después de comer”.


Y ninguna mujer reconocerá que seguirá y perseguirá a un hombre romántico que le muestre y le demuestre sus sentimientos hacia ella. “Lo que busco en un hombre es que me haga reír”.


¿Que lo expuesto anteriormente es un esquema netamente machista? Puede ser. Sin embargo, este vecino del mundo está totalmente convencido de que tanto los hombres como las mujeres son iguales: mentirosos.



Y es que, en el fondo, siempre cometemos el mismo error que un extranjero al intentar aprender el castellano: confundir los verbos “ser” y “estar”. Porque queremos ser una cosa, y en realidad, siempre estamos en otra.


*FOTO: DE LA RED

martes, 28 de julio de 2015

NADIE DESPIERTO PUEDE ENTRAR EN ELLOS


Lo bueno de una noche de verano es ese silencio a salitre en la playa, con el ronroneo de olas llegando acompasadamente. Esa oscuridad que oculta la inmensidad del mar. Noches calurosas en las que el silencio te sigue, porque al silencio en el verano parece que se le desprecia con un torbellino de fiestas, debido a la creencia de que estar feliz, alegre, equivale a bullicio, a algarabía.

Me gusta emboscarme en el silencio de una playa solo iluminada por una tímida luna en su cuarto menguante, como si el ruido de esos guiris borrachos la hubiera roto.

La vida rutinaria, en una noche de verano, se queda en cuarentena; los problemas aparecen colgados en el perchero de las buenas intenciones, y ya mañana se verá. El silencio, en una noche veraniega , es lo más cercano  al paraíso. Es  apagar las luces a los malentendidos, a las malas miradas acompañadas de una sonrisa.

Dónde se esconden los barcos en las noches mal iluminadas, en las noches de un negro de luto, quizás en el mismo lugar donde van los besos que nunca dimos, los requiebros de amor que no nos atrevimos a dar mientras ella lo anhelaba.

No hay nada más triste que cantar una habanera a un marinero sordo, pintar de negro una ilusión blanca, decir adiós cuando se quiere decir hola.

Las noches de verano se hicieron para los enamorados; para el niño solitario que observando el reflejo de la luna en el mar,  quiere aprender a escribir poesías, y se da cuenta, de pronto, que la poesía en realidad siempre le ha rodeado, solo tiene que descubrirla, en esas olas casquivanas que se van antes de llegar, en esas estrellas que juegan a agujerear la oscuridad.

Una noche de verano es el decorado perfecto para esa primera cita llena de esperanzas, para ese baño nocturno en la humedad de lo no visto.


Y si algún día recuerdas esa playa inmensa de tu niñez, es mejor que no vuelvas a ella para comprobarlo, porque los recuerdos con los años se convierten en sueños, y nadie despierto puede entrar en ellos.

*FOTO: F.E.PÉREZ RUIZ-POVEDA