Aunque me consta que me leen de los más recónditos lugares, normalmente son españoles que por diferentes circunstancias se encuentran fuera de esta piel de toro. Y hablando de toros, quien más quien menos recuerda que todavía se está celebrando en Madrid la Feria de San Isidro.
Aunque éste no es un blog de deportes, siempre los he tratado de soslayo cuando la atención por algún otro motivo me acercaba a ellos. Lo mismo ocurre en este caso con el mundo de los toros.
Ayer al termino de la lidia de sus dos toros, en la Plaza de las Ventas, Julio Aparicio, inesperadamente para todos, se cortó la coleta como matador.
Tras la importantísima cogida de un toro, hace unos dos años, y cuyas fotos dieron la vuelta al mundo, ya que el cuerno le salió por la boca, el maestro Aparicio no ha sido el mismo.
Para más de uno el fantasma del miedo le ronda cada vez que sale a la plaza. Sea lo que sea está meridiánamente claro que desde aquel triste día su toreo, que antes le había dado días de gloria, se ha resentido.
Sé que habrá muchos de mis lectores que son antitaurinos, y que este tema no les agradará, pero todo el mundo ha oído hablar de la vergüenza torera, y ayer fue un claro ejemplo de ello.
En un país donde encontrar una dimisión es más difícil que encontrar un billete de quinientos euros, un señor no estando de acuerdo con su rendimiento se ha cortado lo más precioso de un torero: su coleta.
Ejemplo podían tomar algunos jueces viajeros, turistas accidentales de fin de semana, y banqueros que de tanto aprovecharse de la construcción, ahora tienen la cara de cemento, y si se van, lo hacen con unas jubilaciones que casi podrían ser el gasto destinado a todos los jubilados de alguna autonomía.
Lo curioso de este gobierno actual es que para algunas cosas, especialmente para los obreros, cambian las leyes de un día para otro, y sin embargo para castigar a otras personas se amparan en que para eso no hay legislación, cuando ellos previamente ya han demostrado con creces su capacidad para poner o quitar leyes de un día para otro.
La diferencia entre un torero y un banquero o un político está en que si un torero se equivoca la cornada la recibe él, en cambio en los otros casos la cornada siempre la recibe el pueblo, y ellos siguen de luces y luciéndose.