En estos momentos de crisis, parece que cada uno se tiene que buscar la vida como puede, y florece nuestra vena pícara, en muchos tanto tiempo oculta, y que poco a poco va apareciendo para pisar antes de que nos pisen. Por eso cuando tienes, en teoría, un pequeño problema, piensas que ahora alguno se va a pasar de listo para hacer algo de negocio con el mal ajeno.
La víspera de San Sebastián, mientras las primeras tamborradas rompían la noche donostiarra, casi rompe mi puerta la vecina de abajo. Completamente histérica, y eso que nos conocemos de hace muchos años, llamaba para decirme que en su casa habían aparecido, como un poltergeist cualquiera, unas cataratas, y su origen lógicamente debía estar en mi territorio.
Tras intentar calmarla y darle a entender que no estaba en mi ánimo hacer negocio turístico con sus cataratas de la desgracia, fui con ella hacia el lugar de la tragedia, y al final todo se reducía a que una gotera estaba haciendo su particular tamborrada en un cubo de plástico, por su puesto que azul, sobre un suelo blanco, para que todo quedara muy donostiarra.
Esa noche, tras cogerle sus datos y los de su seguro, ya empecé a darle al magín, pensando que mi seguro se disfrazaría de sueco, y se haría el idem, para que al final pagara de mi bolsillo el previsible desaguisado.
Tras llamar al seguro y seguir media hora de instrucciones de una voz metálica disfrazada de señorita, y cuando ya me invadía la sensación de que una cámara oculta me estaba grabando para algún programa nuevo de televisión, conseguí hablar con una señorita de carne y hueso, y ya lo primero que me dijo fue que quizás la avería podía ser mía, y que a la avecina se le borraría todo rastro de daño causado, pero que puede que lo mío quizás me lo tuviera que pagar yo.
Estas noches pasadas, al meterme en la cama e intentar dormir, han sido llenas de aventuras al estilo Charles Dickens, en las que me veía por una parte vieja donostiarra, llena de nieve, y con mi ropa toda roída, mientras alguien siempre me reconocía y se reía, con eco, con mucho eco, y cuchicheando decía: -Éste es el que no ha podido pagar la factura, éste es....
Hoy ha llegado el día y ha venido el fontanero, un chico joven, aunque cada vez es más la gente que es más joven que yo, y con una sonrisa en los labios, ha sido lo más educado que un ser humano pueda ser, y mientras me hablaba de usted, no ha puesto ninguna pega a nada, y ha arreglado el desaguisado de mi zona. También ha hablado con la vecina, porque lo de ella solo es chapa y pintura, pero primero se tiene que secar la zona afectada.
Después de las noches tan malas que he pasado, creo que al final el fontanero me ha parecido bastante blando, porque uno no se puede ir creyendo lo primero que le diga una persona que le presenta cualquier problema... porque era yo, en este caso, pero si llega a ser cualquier otro, que seguro que tiene oscuras intenciones, le tima, seguro.
Vaya blandengue el fontanero, vaya blandengue el seguro.
*FOTO: DE LA RED
No hay comentarios:
Publicar un comentario