De sobra es conocida esa teoría de que los niños tienden siempre a adorar a la madre, y las niñas al padre. Este vecino tras pensar mucho en su pasado, que se supone no debe diferir mucho del de la mayoría de vosotros, piensa que la figura paterna es esa gran desconocida, y estamos hablando de una época, que siempre hay que tener en cuenta, de mediados de los cincuenta a comienzos de los setenta, en la que haciendo un paralelismo con aquella cursi canción, pero pegadiza, de Julio Iglesias, este vecino pasó de niño a hombre.
Si a un matrimonio le quitas todo ese atalaje de amor y contigo-pan-y-cebolla, queda en
realidad una sociedad diríamos que mercantil, en la que se reparten
los roles entre los dos socios, uno es el poli bueno y el otro el malo, o la
relaciones públicas y al que se suponía, y más por entonces, el
amo del garito.
Si vamos haciendo un viaje introspectivo a nuestra niñez,
la mayoría de las veces la figura materna queda suficientemente clara con todo
tipo de imágenes, explicaciones y amenazas que todavía están dentro de
nosotros. Sin embargo, el padre aparece poco, y la mayoría de las veces como
repartidor de justicia.
Una de las frases que más hacía acordarnos de nuestro
progenitor, es esa lanzada un día sí y el otro también por parte de nuestra
madre cuando ciertamente al borde del paroxismo nos lanzaba aquel “se lo
voy a decir a tu padre”. Y es que en el mundo de los niños, Dios
siempre queda muy lejos, y la mayoría de
las veces encerrado en un templo y en una religión, y el que reparte justicia
es el padre.
Como hubiera dicho una de mis abuelas, oír la palabra “padre”
equivalía a que se me pararan los pulsos. Siempre me pareció enigmático ese
presunto poder paterno, cuando luego muchas noches, y al llegar el susodicho a
casa, recibía por razones que entonces se me escapaban, abundantes broncas por
parte de mi madre, en forma de quejas, primero apresuradas, y luego más
calmadas aunque con evidente aumento de decibelios.
Había algo que no lograba entender un niño de entonces, entre el presunto poder
de un padre, y la leída de cartilla por
parte de su mujer, que con el tiempo dio como resultado el pensamiento filial
de que el padre tenía poder cuando se lo dejaba la madre.
Muchos años después y al conocer la célebre frase “la
historia la cuentan los vencedores”, por unos instantes vi mi casa de
la niñez convertida en una maqueta como la de los soldaditos de plomos en la
que se libraba la batalla diaria de la vida, y en la que distinguí
perfectamente quién lucía las medallas, y quién sin embargo el poder, aunque en
ese momento su figura estaba junto a la cocina.
*FOTO: DE LA RED
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