Y ya estamos en Diciembre. Y ni debo de comer
turrón porque no debo de desgraciar más la báscula, ni he oído todavía un
villancico.
Aquí en Donosti, al contrario de nuestros vecinos bilbaínos,
todavía no hemos encendido las luces por aquello de que la tradición manda
encenderlas un poco más entradito el mes, aunque visto lo visto en los últimos
años, prácticamente te tienes que convertir en Sherlock Holmes para detectar
las luces navideñas.
Y es que nos regimos por tradiciones. Ahora hay
que hacer esto y mañana lo otro. ¿Qué pasa si me lio la manta a la cabeza y
salgo con una zambomba cantando a la calle?
Pues como mínimo me dirían que no soy euskaldun de
pura cepa, ya que la zambomba no es vasca. En cambio, si tocara el txistu…,
pues eso ya es otra cosa, haría patria.
El otro día estaba pensando en casa, que por
cierto llamé al notario para que certificara que en algún momento de mi vida,
he llegado hasta a pensar, y decidí que el oficio de escritor cada día está
peor considerado. Antes, prácticamente ser escritor equivalía a pasar hambre,
ahora es pasar vergüenza. Y es que en teoría ya cualquiera escribe un libro:
David Bisbal, Belén Esteban…
Me los imagino en casa un día, sin ningún photocall
que llevarse a sus espaldas, y nunca mejor dicho, y de pronto como a
aquel que le da por ir a buscar setas, deciden: -Voy a escribir un libro.-
Y para no tener que andar preguntando por ideas, deciden hacerlo sobre su vida.
Lo primero que se le ocurre a este vecino del
mundo es que antes de que escribieran su libro, les tendrían que explicar cómo
es un libro, cómo se coge con las manos, se abre, e incluso se lee, y dónde se
vende.
Bueno, y ahora en serio, en realidad están creando
puestos de trabajo, y me imagino que en
negro, sino no se me ocurre el por qué se les llama “negros” a los que
hacen ese trabajo, que en teoría, además, no existe, porque los famosos dicen
que han sido ellos los escritores. Entonces el verdadero escritor del libro
cuándo cobra, bajo qué concepto lo hace, y quién le paga. Aunque eso son
preguntas que me imagino ni Iker Jimenez me podrá contestar. Y es que por una
vez que pienso…Buenos mal que he llamado al notario, porque de lo contrario,
nadie me iba a creer.
*FOTO: DE LA RED
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