¡Y es que la gente no aprende!
La Nuri, mi sufrida, y este vecino que les escribe, han
pasado unas treinta y tantas horas en Donosti, sumergidos entre tamborrada y
tamborrada, en este año que dicen que es el resurgir de la angula, antes
producto de la época, y ahora rara avis.
Se han oído diferentes precios, pero la cosa, o mejor
dicho, la angula, estaba alrededor de 400 Euros por kilo. Muchos se han roto
las vestiduras al comprobar que hay gente que las compre y que este vecino no
haya mostrado su extrañeza desde su atalaya.
Es triste, pero este vecino está ya curado de espanto.
Porque puestos a extrañarse, uno lo puede hacer, en este Donosti del alma, cada
día. Y si se siguen vendiendo pisos en los lugares más VIP ñoñostiarras; o la gente,
nuestra gente, sigue desayunando todos los días en su bar de toda la vida, por
qué no se va a comprar esa cría de anguila con pedigrí.
Además, y lo dicen las estadísticas, la crisis, la
maldita crisis, ha disparado a los ya millonarios, como más millonarios todavía,
mientras que los pobres han bajado a tales cotas que en cualquier momento se
caen de las listas.
Y mientras por un lado nos sigue pareciendo carísimo el precio
de la angula, no pestañeamos al pagar un precio de dos cifras, por harina y
pasta maquillada y bautizada con el nombre de gula o similar. Eso sí, con la
publicidad de que son “frescas”, cosa que uno nunca ha entendido que se dé ese
adjetivo a algo que, como diría el Señor Gallardón, nunca nació.
La Nuri, ayer más sufrida todavía, quiso llevar un
recuerdo a sus sobrinos, y qué mejor que un par de tambores. Claro, no los iba
a comprar en esas tiendas lindando con el marco incomparable, y que tienes también
un precio incomparable. Por eso, sondeó en los “chinos” de Amara, y es curioso
lo rápido que un foráneo se acostumbra a las maneras donostiarras.
Un tambor de madera, más bien pequeño, pero hecho de
aquella manera, que no te garantiza que dé dos sonidos iguales, se ponía en no
menos de 11,50 Euros. Ni que decir tiene que los sobrinos ahora tienen dos
pequeños círculos de madera con sus respectivos palos, y al cabo de una hora ya
se habían aburrido de ellos.
Por lo menos, aquel osado que pagó por sus respectivos
cien gramos de angulas, seguro que tiene una foto del momento en que las ingirió. Porque lo mejor
que tiene comerse una ración de angulas, es poder luego contarlo, sin faltar a
la verdad.
Lo dicho al comienzo, la gente no aprende, porque se fija
en las excepciones y traga con el timo diario.
*FOTO: DE LA RED
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