Tanta modernidad, y ahora no le dejan ni matarse como lo
hacían los viejos poetas, con poemas de
nicotina y musas de alcohol en
viejos bares escasos de luz y llenos de polvo, porque se puede comprar tabaco
en cualquier sitio, pero no fumarlo.
La vida, qué era la vida sino una excusa para no estar
muerto, y a él las excusas siempre le habían parecido de cobardes.
Hubo un tiempo en que no tuvo que buscar razones para
vivir porque la vida le entraba a borbotones, como la luz del sol al abrir los
ojos. Pero la vida puede cegar, como el viejo sol, si se mira tan de frente que
te olvidas de ti mismo, y solo buscas el ahora.
Pero “los ahora” hace mucho tiempo también que le habían
abandonado, y tristemente se dio cuenta de que ni siquiera podía echar su vida
a perder de la manera que él decidiera, en un mundo donde hasta los pobres
tienen teléfono móvil pero no dinero para gastárselo en llamadas, y en
ilusiones creadas a golpe de publicidad.
Tanta modernidad, y uno no puede sentirse bohemio de
viejas ideas, porque hasta lo viejo se vende en tiendas modernas bajo el nombre
de “kitsch”. Todo se vende bajo la etiqueta de algo, incluso las ideas tienen
que tener un carnet para poder triunfar, y que alguien se lleve un porcentaje
de algo.
¿Qué te queda, cuando llegas a la conclusión de que la
felicidad no existe? Porque la felicidad no existe, sino ya tendría un
impuesto, y por ahora no hay impuestos, que uno sepa, por ser feliz. Y si la
felicidad existiera, seguro que ya tendría un aroma con nombre francés, porque
para que algo sea apreciado tiene que tener nombre extranjero.
Por eso, él siempre soñó con ser un “clochard”, pero le
falta Montmartre, pobre y además incomprendido, un clochard en pleno Barrio de
Salamanca, un poeta sin poemas, un pintor sin cuadros, un ludópata sin cuartos
que jugarse, un suicida con inclinaciones suicidas sin ruleta rusa.
Tanta modernidad, y ahora no le dejan ni elegir su
destino.
*FOTO: DE LA RED
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