Lo bueno que tienen las nuevas tecnologías,
como una “tablet”, es que uno puede comenzar este texto, por ejemplo, en
Tombuctú y acabarlo en Reikiavik, aunque uno normalmente no va a ninguno de
esos dos sitios, pero eso es lo que nos venden en la publicidad, y por supuesto,
nos cargan por ello.
Por cierto, y hablando de las nuevas tecnologías,
cuándo empezaran a salirles arrugas, y que ya solo sean “tecnologías”, a secas. No
les vaya a pasar como a cierto cantante de sobra conocido, que le llamaban
"El niño", porque comenzó muy joven, y ahora, ya con nietos, a los
que por cierto les regaña cuando le llaman "abuelo", si le llamas
"niño" pudiera sonar a broma cruel, pero por otro lado es como si le
degradaras al no decírselo, y le quitarás un título que con su fama se ha más
que ganado.
En realidad, nos pasamos media vida pensando
en “para cuando”: para cuando me vaya a vivir solo, para cuando me case, para cuando vaya de luna de miel, para cuando
tenga un hijo, para cuando me jubile, y la otra media vida buscando excusas
para no reconocer que nunca las cumpliremos.
Este vecino recuerda que en una película, la
protagonista comentaba que había comprado aquella casa, hace ya muchos años, porque le había
encantado la cocina. Más concretamente porque le apetecía hacer el amor en
diferentes partes de ella. Y unos segundos después reconocía amargamente, de
que por una cosa u otra, al final nunca lo había hecho allí.
Y el principal problema somos nosotros mismos, que no lo vemos nada claro.
Este vecino de pequeño se preguntaba, deslumbrado por las estrellas de Hollywood ¿dónde estaba esa ciudad en la que
nacían, estudiaban y vivían las estrellas de cine?
Años después este vecino aprendió que el
secreto, si se puede decir que es un secreto, es creer, creérselo uno mismo.
Quien no decida ir a Tombuctú, es muy probable
que tampoco vea la cara oculta de la luna, y, no solo eso, sino que ni si
quiera se imagine que se puede hacer el amor en una cocina.
*FOTO: DE LA RED
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