Estaba ayer ojeando la prensa digital cuando
en un artículo elegían a una mujer, cuya foto encabezaba el citado
artículo, y ahora este post, como
protagonista del día. La mujer, de rasgos orientales, no era ni demasiado guapa,
ni demasiado distinguida, era una mujer normal, pero nunca vulgar. Tenía,
quizás un aire de fragilidad, que le hacía conectar fácilmente con la gente, lo
que además era ideal para su nuevo trabajo, guía en un museo de Tokio.
Hasta aquí todo normal, y quizás lo único,
porque en ese momento se desvelaba el gran secreto. Kodomoroid, el nombre de la
nueva guía, va a ser la gran aliada de todo empresario que se precie. Aunque no
se ha comprometido a ello, Kodomoroid, nunca va a faltar al trabajo, ni se va a
quejar por exceso de horas, porque no es una mujer, es un robot.
Al enterarme de ello, me vino a la mente
aquella película titulada “Cuando el destino nos alcance”, más por el
significado de la frase que por el mismo argumento, una historia futurista en
la que la humanidad se alimentaba de “Soylent Green”, en realidad el título
original de la película.
Y en pocos minutos, un sinfín de dispares
ideas se agruparon en mi mente. Quizás el pensamiento más triste fuera el pensar
que tal vez algún futurible “cliente” no
notara la diferencia a la hora de comunicarse con ella, y solo pensara en lo
diligente que había sido la citada trabajadora.
En un país, el nuestro, acostumbrados a
fijarnos en los demás países para traer solo lo negativo para el currante de a
pie, ya hay una amenaza nueva para ir a trabajar sin parpadear antes de que un
Kodomoroid a la española nos quite el puesto de trabajo.
Se cerrará el círculo deseado por los
empresarios y los políticos, cuando se inventen robots que diseñen y fabriquen nuevos robots, pero quizás ese mismo día sobren hasta los dirigentes. Aunque,
lo más triste puede ser, que algún día de estos descubramos que no solo nos
hemos sentido muchas veces como robots en nuestro trabajo, sino que en realidad
éramos máquinas tan perfectas que ignorábamos que lo éramos, y nos alimentábamos
de normas morales, religiosas, y de sueños, todo ello convenientemente incluido
en nuestro software de serie.
Cuando el destino nos alcance y los androides
sueñen con ovejas eléctricas, aquellos
libros de ciencia-ficción solo habrán levantado acta de nuestra perdición con
muchos años de anticipación, y nosotros
no lo quisimos comprender.*FOTO: DE LA RED
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