Creo recordar que entre las críticas a películas que
de vez en cuando incluyo en el blog del vecino, nunca he utilizado la expresión
cine
alternativo. Sin embargo, esta vez lo tengo que hacer, y no de una
forma peyorativa, para referirme a una película,
“Requisitos
para ser una persona normal”, muy pequeña en sus formas pero llena de
aire fresco en ese planteamiento de juega jugando.
Leticia
Dolera, esa joven actriz, no confundir con novata, porque tras
de sí, se diría que ya tiene una trayectoria más que sólida, nos presenta su
primer largometraje, y como si de Juan Palomo se tratara, ella se lo guisa y se
lo come, escribiendo el guión original, dirigiendo y encarnando a María de las
Montañas, una chica de 30 años, y a quien la vida, como a tantos
hoy en día, no le ha sonreído. No tiene
trabajo, y tiene que volver al piso familiar, de quienes estaba un tanto
distanciada, y ni tiene pareja ni se le espera.
En la entrevista de trabajo, con la que prácticamente
comienza la película, le preguntan qué tipo de persona es, y tras reflexionar,
lejos ya de la propia entrevista, se da cuenta
de que no cumple ninguno de los requisitos para ser considerada como una "persona
normal", por lo que se pondrá, y éste será el argumento de la cinta, manos
a la obra para convertirse en eso: una persona normal.
Quizás ahí, precisamente, este vecino del mundo le pueda
ver el punto más frágil a una cinta cargada de buenas intenciones, pero ya en
los tiempos en que estamos, y visto como está el patio nacional, y cómo se presentan,
en televisión al menos, las nuevas generaciones, todo musculitos, guapos/as
pero de cultura, flojos muy flojos, creo que ahora no mucha gente está
precisamente preocupada por ser una persona normal, porque vende lo diferente,
por no decir a-normal.
Hay momentos en la cinta que a este vecino le recuerdan
al cine de Woody Allen, con personajes que de pronto hablan a la cámara, y
personas que sólo pasaban por allí, pero que en un momento dado son requeridos
en su opinión por alguno de los personajes protagonistas.
Parte muy importante del peso de la película recae en un
casting muy bien ejecutado, especialmente con el coprotagonista, con un Manuel
Burque, desconocido para este vecino, y que está sembrado, como bonachón, en todas sus
intervenciones.
Desde que aparece en la película el Señor Burque, tienes
la sensación de que es algo más que una persona, trasciende al espectador, y
luego, al decirlo uno de los personajes, y no es “spoiler” en sí, te recordará
a un gnomo pero en gigante, quizás una contradicción en sí misma, pero es así.
La otra fuente de cariño es el actor que hace de hermano
de la protagonista, Jordi Llodrá, que ya tan solo el planteamiento de un
personaje como éste requiere mucha valentía, y está muy bien resuelto. No
profundizo más para no estropear parte de la trama.
A destacar también, no se debe ni puede olvidar, esa escena dentro del coche, en el garaje, de madre e hija, la madre interpretada por una injustamente olvidada Silvia Munt, en el que el duelo de miradas transmite unos "efectos especiales" de lo mejorcito del cine español.
Quizás, el presunto formato de película pequeña pueda
confundir a más de uno, porque en realidad es una película, cuando menos,
valiente, diferente, fresca, y fuente de sensaciones, como cariño, alegría,
melancolía…Y en momentos como los que vivimos, te hace plantearte si
el poseer mucho, verdaderamente te hace feliz.
Ahora, voy a decir una maldad, entre otras cosas porque me apetece: El gobierno actual, el que todavía está, seguro que no ha visto esta película, está más que claro, ya que nunca han cuidado la cultura, porque de ser así, la hubieran recomendado, para ver la vida de otra manera, y no lo que realmente hay, o queda.
Si no han visto esta película, pónganlo remedio, porque seguro,
seguro, que durante los Goya, se hablará de ella, y mucho.
*FOTO: DE LA RED
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