Tengo la sensación de que ayer me pegué un gran atracón, y lo único, por decirlo de alguna manera, que pasó fue que cumplí sesenta años. Y todavía estoy digiriéndolo.
Nunca he tenido, así analizado a posteriori, ni síndrome de los veinte, ni de los treinta… pero ayer cumplí sesenta, y no sé, o durante toda mi vida me he perdido algo, o ayer me vino todo a la vez. Parece que fue ayer… y ya han pasado sesenta años.
Porque ya ser “sexagenario” es otra cosa, o al menos debería de serlo . Tengo la sensación de que si entro en un autobús, de esos que te trasladan dentro de la misma ciudad, alguien va a dar gritos diciendo: -Atención: Entra un sexagenario, e inmediatamente alguien se va a levantar para cederme su asiento por estar, en teoría, más baqueteado por la vida que las maracas de Don Antonio Machín. Porque sexagenario suena a más viejo que “vintage”, a mueble viejo, no antiguo, sin pedigrí, y que no se puede salvar de la quema.
Y, en realidad, al menos desde mi punto de vista, me siento igual, de bien y de mal, que siempre. Porque si eres sincero, si miras a tu alrededor, sigues viendo a la gente igual, lo único que ocurre es que si dejas de ver a alguien frecuentemente, y al cabo de unos años te vuelves a encontrar con él, es cuando reconoces que ha cambiado, y mucho. Quizás, como hubiera dicho Gila, el siempre recordado Don Miguel Gila, encuentras que más que patas de gallo tiene un gallinero en cada ojo.
Sin embargo, tú, te encuentras igual. Bueno, cada cierto tiempo, sí vas dándote cuenta de que hay partes de tu cuerpo que te van pidiendo atención, que te recuerdan que están ahí. Esas rodillas, por ejemplo, que te hacen ser consciente de que existen, cada vez que, por ejemplo, tienes que bajar del autobús, y que van convirtiendo tu vida diaria en una pequeña aventura.
Quizás, y nunca lo hubiera pensado, lo que más te recuerda los años que ya has acumulado, es ese pequeño detalle, que cada vez notas más, de que hechos, asuntos, acontecimientos, que todavía están muy cerca de ti, para otros ya son historia, o ni saben, ni tienen repajolera idea de a qué te refieres, y lo que es peor ni les interesa.
Sonidos de mi infancia son “María Cristina me quiere gobernar”, Los xey, Luis Mariano, Antonio Machín, la canción del Cola-Cao.
No existían los culebrones, pero existían las radionovelas que te acompañaban al comer la merienda en la cocina de tu casa, tras salir de clase.
La importancia de la radio, ese aparato, ese mueble, que era tan importante en la vida de una casa...
¿Qué era la yenka, o un comediscos, o escribir en la escuela con plumilla? Y todavía, por decirlo de alguna manera, siguen estando en tu iconografía.
Este vecino del mundo, formó parte de aquellos que hicieron la primera selectividad, en junio de 1975, y por lo que tengo entendido, incluso, eso, ya ha pasado a mejor, o peor vida. Y ese mismo año vio cómo se moría el dictador (vida y muerte, antagónicos y juntos), y luego vivíamos momentos de esperanza, y que otros ya a posteriori lo metieron todo en una carpeta y lo llamaron “transición”. Y es una pena que tú, cuando lo vivías, no sabías que aquello sería "LA TRANSICIÓN", así, con mayúsculas.
Es curioso, vives tus presentes, y siempre son otros los que se encargan luego de definir aquello, de encuadernarlo, archivarlo, y comentar a posteriori, siempre a posteriori.
Y cada vez, tus vivencias, están en una carpeta que se archiva más en el fondo de la biblioteca de los tiempos. Y, sin embargo, se trata de eso, de no darle carpetazo a tu vida, porque crees que todavía no sabes si tienes muchas cosas que contar, pero sí que vivir. Y todo eso siempre en primera persona, y nada de “he oído, me han contado, lo he leído”.
Porque, simplemente, mientras hay vida, hay esperanza, y ya sabemos que eso, precisamente, es lo último que se pierde...
*FOTO: DE LA RED
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