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jueves, 12 de mayo de 2016

PARECE QUE FUE AYER...



Tengo la sensación de que ayer me pegué un gran atracón, y lo único, por decirlo de alguna manera, que pasó fue que cumplí sesenta años. Y todavía estoy digiriéndolo.  


Nunca he tenido, así analizado a posteriori, ni síndrome de los veinte, ni de los treinta… pero ayer cumplí sesenta, y no sé, o durante toda mi vida me he perdido algo, o ayer me vino todo a la vez. Parece que fue ayer… y ya han pasado sesenta años.


Porque ya ser “sexagenario” es otra cosa, o al menos debería de serlo . Tengo la sensación de que si entro en un autobús, de esos que te trasladan dentro de la misma ciudad, alguien va a dar  gritos  diciendo: -Atención: Entra un sexagenario, e inmediatamente alguien se va a levantar para cederme su asiento por estar, en teoría, más baqueteado por la vida que las maracas de Don Antonio Machín. Porque sexagenario suena a más viejo que “vintage”, a mueble viejo, no antiguo, sin pedigrí, y que no se puede salvar de la quema.


Y, en realidad, al menos desde mi punto de vista, me siento igual, de bien y de mal, que siempre. Porque si eres sincero, si miras a tu alrededor, sigues viendo a la gente igual, lo único que ocurre es que si dejas de ver a alguien frecuentemente, y al cabo de unos años te vuelves a encontrar con él, es cuando reconoces que ha cambiado, y mucho. Quizás, como hubiera dicho Gila, el siempre recordado Don Miguel Gila, encuentras que más que patas de gallo tiene un gallinero en cada ojo.


Sin embargo, tú, te encuentras igual. Bueno, cada cierto tiempo, sí vas dándote cuenta de que hay  partes de tu cuerpo que te  van pidiendo atención, que te recuerdan que están ahí. Esas rodillas, por ejemplo, que te hacen ser consciente de que existen, cada vez que, por ejemplo, tienes que bajar del autobús, y que van convirtiendo tu vida diaria en una pequeña aventura.


Quizás, y nunca lo hubiera pensado, lo que más te recuerda los años que ya has acumulado, es ese pequeño detalle, que cada vez notas más, de que hechos, asuntos, acontecimientos, que todavía están muy cerca de ti, para otros ya son historia, o ni saben, ni tienen repajolera idea de a qué te refieres, y lo que es peor ni les interesa.


Sonidos de mi infancia son “María Cristina me quiere gobernar”, Los xey, Luis Mariano, Antonio Machín, la canción del Cola-Cao.
No existían los culebrones, pero existían las radionovelas  que te acompañaban al comer la merienda en la cocina de tu casa, tras salir de clase.
La importancia de la radio, ese aparato, ese mueble, que era tan importante en la vida de una casa...

¿Qué era la yenka, o un comediscos, o escribir en la escuela con plumilla? Y todavía, por decirlo de alguna manera, siguen estando en tu iconografía.


Este vecino del mundo, formó parte de aquellos que hicieron la primera selectividad, en junio de 1975, y por lo que tengo entendido, incluso, eso, ya ha pasado a mejor, o peor vida. Y ese mismo año vio cómo se moría el dictador (vida y muerte, antagónicos y juntos), y luego vivíamos momentos de esperanza, y que otros ya a posteriori lo metieron todo en una carpeta y lo llamaron “transición”. Y es una pena que tú, cuando lo vivías, no sabías que aquello sería "LA TRANSICIÓN", así, con mayúsculas.


Es curioso, vives tus presentes, y siempre son otros los que se encargan luego de definir aquello, de encuadernarlo, archivarlo, y comentar a posteriori, siempre a posteriori.



Y cada vez, tus vivencias, están en una carpeta que se archiva más en el fondo de la biblioteca de los tiempos. Y, sin embargo, se trata de eso, de no darle carpetazo a tu vida, porque crees que todavía no sabes si tienes muchas cosas que contar, pero sí que vivir. Y todo eso siempre en primera persona, y nada de “he oído, me han contado, lo he leído”. 


Porque,  simplemente, mientras hay vida, hay esperanza, y ya sabemos que eso, precisamente, es lo último que se pierde...


*FOTO: DE LA RED

domingo, 28 de junio de 2015

UNA INFANCIA DE ANTEAYER


¡Adelante con los faroles!

Una expresión, quizás en desuso, que solía decir mi padre, que junto con “el cine de las sábanas blancas” huele no a ayer, sino a una infancia de anteayer.

¡Adelante con los faroles! Hacía falta valor para tomar una determinación, y después apechugar con el resultado. ¡Adelante con los faroles! Y un niño de unos diez años, no más, se imaginaba los faroles, así los llamaba él, que formaban parte de los desfiles de una Semana Santa tan importante como para pararlo todo, desde la radio hasta los juegos.  Esas luces, provenientes de velas enclaustradas en unos farolillos acabados en palo convertido en un bastón iluminado, de esos de los que llevan los nazarenos.

Una expresión, ¡Adelante con los faroles!, que forma parte de una España en blanco y negro, con cocinas económicas en las que todavía no tenían razón de ser el butano ni el butanero. Casas en las que tras el trabajo, el marido se afeita  en camiseta de manga corta, y se peina con agua y jabón, remedando a un Brando con acento español, y pasado por una censura salvadora de infiernos acechantes en verbenas de pueblo amenizadas por una "jazband".

Luces amarillentas para vidas que intentaban encauzarse tras una guerra en la que solo hubo vencedores, los "otros" tenían que ser olvidados, y nunca mencionados, con cartillas de racionamiento que ya dormían, aunque nunca olvidadas, en un cajón donde se guardaban las cosas que se querían dejar atrás.

Niños, nosotros, hijos de la leche en polvo americana en escuelas públicas, que aprendíamos de la Enciclopedia Álvarez, y de recreos con balón y bocadillo de chocolate o de pan con aceite. Tardes de jugar niños y niñas separados, como en la escuela, mientras las madres en la cocina oyen la radionovela con Pedro Pablo Ayuso, Matilde Conesa, en una narración de Teófilo Martínez.


Días de adelante con los faroles y de cine de las sábanas blancas, en los que ya no teníamos nada que perder, solo la inocencia, porque todo lo demás se lo había quedado el dictador.


*FOTO: DE LA RED

martes, 1 de abril de 2014

Y PARECE QUE FUE AYER...

Y parece que fue ayer cuando jugaba a ser mayor, cuando los días eran interminables, cada momento una aventura. No entendía la seriedad de los mayores, ni sus códigos, ni que detrás de un adulto se escondiera un niño jubilado.
Y parece que fue ayer, y ya he olvidado el no querer ser como mis padres, mayores y serios, el  anteponer el juicio por encima del corazón.
En un armario han quedado colgados aquellos sueños que fueron mi piel. Y es que la vida te va pelando como a una cebolla, quitando la inocencia que era tu ley. Los años te han enseñado a preguntar el por qué, el  interesarte por el destino antes de comenzar el viaje, el intentar ver lo que viene detrás de la curva antes de tomarla, la respuesta antes del problema.
El futuro era ser mayor, venir de la mili, y mientras, aprendías a escribir con pluma sobre renglones marcados, a dejar tu marca en el pupitre de madera. Y todas las tardes eran merienda de pan con nata y radionovela al fondo.
No importaba el ayer, porque estabas convencido de que habría muchos, y el mañana quedaba muy lejano, casi tanto como el final del curso. 
En el mundo de los niños solo había dos estaciones, el colegio y el verano. La primera estación, llena de preguntas sin respuesta y regla en la mano, duraba mucho más que aquellos días en la playa o jugando a fútbol. Días de niños, o de niñas, pero siempre separados.
Domingos de misa mayor, de pelo con agua y raya, con ropa de día de fiesta, y de colección de cromos pegados con harina. Domingos de sesión infantil en el cine para los niños, y de bailables en la plaza para los mayores.
Recuerdos de ayer vistos desde la acera del hoy. El mañana nunca llega, porque siempre es hoy o el recuerdo del presente caducado.
Y parece que fue ayer, y en el fondo sigo siendo un niño jugando a ser mi padre, mayor y serio. 

*FOTOGRAMA: DE LA PELÍCULA "LOS CUATROCIENTOS                                       GOLPES",  DE  FRANÇOIS TRUFFAUT