Ayer cumplí uno de los ritos de mis vacaciones
veraniegas desde hace muchos años: comprar dos números diferentes y con
distinta terminación para “La lotería de Navidad”. De hecho, al centro comercial
que acudí era con idea de ir al cine, pero fuimos muchos los que ese día debimos de pensar lo mismo, y al ver aquellas colas inmensas, quedaba claro que
había gente para llenar todas las salas, nueve, en todas las sesiones y además
colocados como las hamacas playeras tras un día ajetreado, uno encima de otro.
Y me dije a mí mismo: “No es plan”.
Todos los años igual, gente por todos lados, como si de
una superproducción americana se tratara, y con miles de figurantes que además hacen muy bien su trabajo, hacemos muy bien nuestro trabajo:
molestar y molestar.
Era un día que tenía toda la pinta de que iba a acabar
mal, la experiencia de los años en tus huesos te lo dice, como cuando viene
cambio de tiempo. Y sin embargo, con todo en contra, en un paseo marítimo también
atestado de turistas y manteros, unas notas primero bosquejadas como un rumor, me
dieron la pista.
Era “City of stars”, tocada con ukelele y violín. Seguro
que fue el momento pero…, no se puede tocar también, debería de ser delito.
Dibujar belleza sonora, además en un entorno, en apariencia al menos, tampoco colaborativo, es como quemar las naves de primeras o apostar en el casino por un número que nunca ha existido. Pero las dos jóvenes que en aquel momento servían para traer tanta dulzura, también te hacían sentir que aún hay esperanza. Que en la juventud no todo es botellón, ni comida rápida. Da gusto, debe de ser muy raro, que algo tan bonito te mueva todo lo que llevas dentro, y sientas que dos lágrimas luchan por reabrir unos lagrimales que hace mucho tiempo la realidad los había sellado.
Dibujar belleza sonora, además en un entorno, en apariencia al menos, tampoco colaborativo, es como quemar las naves de primeras o apostar en el casino por un número que nunca ha existido. Pero las dos jóvenes que en aquel momento servían para traer tanta dulzura, también te hacían sentir que aún hay esperanza. Que en la juventud no todo es botellón, ni comida rápida. Da gusto, debe de ser muy raro, que algo tan bonito te mueva todo lo que llevas dentro, y sientas que dos lágrimas luchan por reabrir unos lagrimales que hace mucho tiempo la realidad los había sellado.
Creo que cuando las descubrí llevaban poco tiempo tocando
porque no había nadie parado observándolas. Y poco a poco nos fuimos agrupando,
así en la distancia. Como no queriendo asustar a aquella belleza sonora.
Tampoco quise identificar la procedencia de aquellos
ángeles, quizás porque el cielo no tenga un idioma definido. Apenas fueron
media docena de canciones, con un espectacular en su sencillez “Somewhere over the Rainbow”, basada en esa
versión de Israel Kamakawiwo'ole, que si existiera una especie de
diccionario sonoro de qué es la belleza, seguro que estaría en una de las
primeras posiciones.
No quise grabar la actuación con el móvil, por aquello de
que quizás al repetirlo posteriormente se pudiera perder la magia, y sólo voy a publicar una de las fotos, como
prueba de que no me he inventado nada. El cielo existe, pero está en momentos como el de ayer, y
me siento un privilegiado por haberlo vivido.
Los que me siguen habitualmente ya conocen mi humor ácido. Y ayer mientras saboreaba el momento solo pude decir, y sin pasar por el filtro de mi mente: "Y Belén Esteban millonaria...". Una mujer que estaba a mi lado me oyó y me miró muy fijamente. Quedó claro que entendió por qué lo decía, y se dió por aludida. El que se pica...
*FOTO: F.E. PEREZ RUIZ-POVEDA
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