Son las ocho de la noche, e
iba a comenzar mi post de hoy. Tenía todo preparado, y aunque con eso de todos
en casa, y solamente casa, no es habitual este horario para comenzar mi post. De
todas maneras, y por una serie de casualidades, todo se ha ido al garete, o al menos el rumbo de lo pensado ha
cambiado.
En la sala, la habitación adjunta, parte de la familia estaba
viendo la Cadena Alegre, cuando me he dado cuenta de que estaban retransmitiendo,
como se suele decir, en pleno directo, los aplausos que la gente está dando y
se está dando, creo que a la entrada de un hospital. Pero llamadme raro,
antiguo, o todo junto, no me ha gustado nada esa especie de uso y abuso de las
buenas intenciones de muchos.
De hecho, solo han pasado diez minutos y los mismos que se
hacían eco de la noticia, ahora, como jueves que es, ya están anticipando
asuntos que se van a tratar hoy en el programa de Supervivientes.
No nos vamos a rajar las vestiduras a estas alturas de la
película, pero si esa cadena de televisión,
y otras, no se dedicaran a vender noticias, habrían puesto una cadena
de carnicerías y todo su esfuerzo desembocaría
en muy alargadas ristras de chorizos y salchichas. Quizás, por aquello
de que lo que no mata engorda, especialmente al propietario del invento, o más
bien del chiringuito.
Convertir todo un tributo a los buenos sentimientos en mero
espectáculo tiene mucho de corazón congelado y de no ver más allá de lo que cobras
a fin de mes.
Por lo demás, cuando todo eso del coronavirus termine, sacaremos
muchas conclusiones. Y personalmente ya puedo ir adelantando una.
Conviene, los que ya hace tiempo que comenzamos a caminar
por la senda de los sesenta, que cuidemos nuestra forma física, porque ya ha
quedado nítido que a partir de los setenta ya te consideran “prescindible”, y te conviertes en carne de
cañón. En caso de duda, o de amontonamiento de enfermos en centros hospitalarios
tendrás la sensación de que los buitres cada vez sobrevuelan más cerca de tu
cabeza.
Te pasas estudiando hasta pasados los veinticinco años, con
cincuenta y cuatro gentilmente tu empresa te manda con un ERE a la calle. Y
ahora, viene el famoso coronavirus, y las mentes pensantes disponen que a partir
de los setenta puedes ser prescindible, pero seguro, seguro, que no tienen nada
contra ti.
Hace ya mucho tiempo, cuando nació mi hija, y al ir a cumplimentar sus papeles en el juzgado, me descubrí esperando delante de tres puertas con sendos
letreros en ellas: NACIMIENTOS, BODAS, DEFUNCIONES. Y en realidad eso puede ser
la fría autopsia, como todas lo son, de lo que es la vida. Lo demás, una mera cuestión de atrezo.
*FOTO: DE LA RED
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