Ignoro si en cada Autonomía es igual, pero en el País
Vasco existe la costumbre de que a partir del día de Santo Tomás, 21 de
Diciembre, y a efectos de tradición, ya es el primer día oficial de La Navidad.
Y eso significa de que a partir de entonces comienza “la caza” del nuevo calendario en entidades como Diputación, Ayuntamiento y especialmente en las denominadas antiguamente Cajas de Ahorro, que ahora están
todas reconvertidas en Bancos.
Como el citado día de Santo Tomás este vecino no estaba
en Donosti, ayer miércoles, día 26, comencé mi tradicional cacería.
En estos últimos años,
y emboscados en algo, en realidad, tan abstracto como una crisis, las
antiguas Cajas de Ahorro, que es lo que este vecino del mundo más conoce, y
probablemente todo tipo de negocio bancario, parece que han reconvertido a los
candelarios en algo tan deseado y difícil de conseguir como unas angulas,
repito angulas, no confundir con ese sucedáneo denominado “gula”.
La semana pasada había apalabrado con un trabajador de Kutxabank , que se ofreció gentilmente, en la sucursal de Avenida de Madrid, cruce con Avenida Isabel
II, que me guardaría un calendario de pared y otro de escritorio.
Tras hacer una breve cola, conseguí además hablar con ese mismo empleado, y que
al hacerle mención del sobre, se acordaba y lo tenía preparado. Al abrirlo solo
había un calendario de pared, que por cierto, le pedí otro más. No puso ningún
problema. Solo que al recordarle el calendario de escritorio, me dijo que de eso
se habían hecho cargo los de arriba, sentencia que acompañó con el dedo índice
apuntando al cielo.
Me preguntó, lo cual me produjo ganas de reírme a
carcajadas, que quién llevaba mi cuenta; por un momento tuve la sensación de
que me había reencarnado en un Richard Gere guipuzcoano. La respuesta, muy
fácil, y de esas que se denominan “de cajón”: Durante años nos habéis ido
enseñando, con velados malos modos, a venir lo mínimo posible por la sucursal,
e incluso de cara al público tenéis menos de la mitad de empleados.
Particularmente yo, hago prácticamente todos mis movimientos por internet. Y
por supuesto, ya nadie me conoce.
Me dijo el nombre de "mi tutora”, él, claro, le dio otro
nombre al cargo, y me dijo que iba a tener que subir a la primera planta. Todo
tenía un aire a examen sumarísimo. Y, este vecino, recién jubilado, hace ya
tiempo que decidió que de su vida, él
hace y deshace, aunque se equivoque mil veces.
Al negarme, y por la cara de sorpresa que puso mi
interlocutor, pareciera que debía de haber sido el único en darle esa
contestación.
Los de los Bancos, y sucedáneos, deberían de hacérselo
mirar, porque se han subido tanto en sus pretensiones, que si no están junto a
Dios, como mínimo son lo más parecido posible al “Gran Hermano” que George
Orwell relataba en “1984”.
Dentro de un tiempo, ya me ha ocurrido, seguro que una
señorita me llamará en nombre de esa entidad, para hablar de qué hacemos con mi dinero que está en la libreta. Ese será el momento en el que yo le diré lo “caro” que han puesto los
calendarios, y que para obtenerlos nadie se merece, y nunca mejor dicho, que le
lean la cartilla.
*FOTO: DE LA RED