Durante
muchos años “vuelve a casa por Navidad” ha sido una de las
frases preferidas por la publicidad para dispararnos sus dardos un
año sí y el otro también. En cierta medida, estas fiestas son unos
días de retorno, bien entendido que para hacerlo no es necesario
haberse ido físicamente, sino tal vez mentalmente.
Estos
últimos años la Nuri, mi sufrida, y yo acostumbramos a pasar la
Noche Buena en casa de un hermano de ella, vecino nuestro, y que
tiene dos retoños, de cuatro y dos años respectivamente. Por eso,
lo mejor de esa noche fue el momento en que esos dos niños, que ya
se estaban cansando de tanta reunión familiar, fueron embaucados por
un relato que la Nuri primero les empezó a contar muy suavemente,
para no interrumpir las conversaciones de los demás, pero que ante
las bocas abiertas del niño y de la niña, fueron apagando el fuego
de nuestras palabras, para convertirse por unos minutos en la
estrella de la noche.
Durante
unos instantes parecía que el mundo se había parado y la que tenia
el don de la palabra era una especie de dios que podía jugar con el
lugar y con el tiempo, cambiándonos de escenario y de momento a su
antojo. Recordé el hilo argumental de “Las mil y una noches” y
comprendí que no se debe interrumpir una buena narración en
cualquier momento, y que para que continúe puedes prometer “el oro
y el moro”.
Por
la noche, y enmascarado en la oscuridad como siempre, llegó el
Olentzero, pero eso ya a quién le importa, porque el mejor regalo,
el de la palabra, había llegado unas cuantas horas antes. Además,
eso sí que son momentos mágicos en los que la actitud de uno
alimenta la actitud del otro, porque nadie puede parar de contar algo
cuando ves las caras de total concentración y aislamiento de unos
niños que, sin ser conscientes, durante unos minutos vivieron
aventuras que un “mayor” les estaba relatando, y que si se les
contaba eso tan seriamente, seguro que era verdad. Y es que un mayor
para un niño, es como para un oyente la radio, si lo dice la radio
es que es verdad.
Muchas
veces ni las prisas son buenas consejeras, ni toda la educación
tiene que recaer en los profesionales de la enseñanza, porque en
casa, y quizás con los pequeños gestos, es donde se hacen los
“hombres, y las mujeres, de provecho”, expresión que por
desgracia ha caído en desuso pero que es suficientemente elocuente.
*DIBUJO: DE LA RED