Cada
vez que se acerca el final de un año, siempre hacemos, algunas veces
inconscientemente, una especie de resumen sobre los doce meses que
acaban, y lo positivo de estos últimos es que todavía estamos
“alive” que diría un pretencioso pijo, con lo cual es más pijo
todavía, o “vivos y coleando” como diría la sabiduría popular.
Si
algún animal, especialmente vistos desde fuera, podría resumir
nuestra imagen, la del español medio, es el toro, por lo fuerte y
enjuto quizás, huyendo del chiste fácil de los cuernos. Sin
embargo, por los años en los que estamos metidos, quizás un
animal referente nuestro, y que ya se usa para definir al madrileño,
sea el gato.
El
gato, un animal limpio por naturaleza, otra cosa es como deje la zona
circundante, es duro, con un punto salvaje, pero noble al mismo
tiempo, porque siempre avisa, y sobre todo con esas siete vidas
famosas que le salvan en muchos momentos críticos, especialmente por
su saber caer, puede definir muy bien la situación del españolito
de a pie, que ve cada día más cerca que se va a tener que buscar
las habichuelas como no había previsto. Y es que si algo habíamos
aprendido, quizás en un comportamiento exagerado, era el planificar
nuestras vidas.
Hace
dos días, dos señoras que estaban a mi lado, la verdad es que no
recuerdo dónde, estaban hablando precisamente sobre eso, ya que la
hija de una de ellas estaba totalmente descolocada, porque aún
siendo muy joven, desde hace años había milimetrado su vida,
incluso planificando cuándo buscar novio, casarse, y todo lo
demás... Y, claro, las cosas ahora no le cuadraban, y se sentía
frustrada.
Los
años, aunque siendo joven te niegues a este pensamiento, te van
haciendo cambiar, y ésto, el cambiar, en sí no es malo, porque
quién nos
dice
que al principio de nuestras vidas estuviéramos en lo correcto.
Llega
un momento en el que analizando te das cuenta de que no eres tan
desgraciado desde el momento en que eres capaz de verte desde fuera y
ser auto-crítico.
Si
como animales, podemos ser un gato, como plantas deberíamos ahora
más que nunca, ser un junco, por aquello de doblarse esperando a que
pase la tormenta. Un junco nunca tendrá el tronco de un roble, ni su
fortaleza, pero en su aparente fragilidad, al doblarse, hace que la
tormenta pase sin causarle mayores destrozos.
Y
ya para terminar con vistas al año que viene, mientras hay vida hay
esperanza, y ésto siempre es bueno, porque entre otros detalles,
“esperanza” es nombre de mujer, y ellas, de siempre es sabido,
siempre tienen razón.
*FOTO: DE LA RED
*FOTO: DE LA RED