Este vecino del mundo acaba de hacer algo que
suelen practicar muchos políticos en época electoral: ir de compras a un
supermercado, con la única diferencia de que no es el único día en que me he
quitado la corbata, sino que normalmente en mi léxico solo empleo esa prenda
para recordar donde tengo, por decirlo de una manera más bien fina, las
tragaderas.
Por cierto, si a uno no le gusta hacer compras,
aunque por muchos motivos, tenga que ejercitarse en el noble arte de repartir
el poco dinero que le queda, entre muchísimos productos, la mejor hora, por su
tranquilidad, es las cuatro de la tarde. A esa hora, hasta cuando coges un
producto, da la sensación de que lo pillas de improviso. Da la impresión de que
hasta la lata de anchoas está de siesta, y cuando
la tienes en la mano, te está
preguntando que por qué le haces eso.
Estaba en esas
cuestiones filosóficas, cuando dos reponedores de estanterías, aunque el
nombre no es exacto, porque ellos lo que reponen son los productos, han comenzado a hablar entre ellos. En
ese mismo momento, ha aparecido desde la esquina más próxima, otra compañera, diciendo esa expresión tan española y cariñosa que es “cómo
trabajan algunos”, y que inmediatamente te hace hervir la sangre, y como en
defensa propia, y saliendo de las mismísimas entrañas, te hace aflorar un
pensamiento tan fino y navideño como “estoy
haciendo, con la mirada, colección de cuernos, y a ti te nombro cornuda honoris causa, y eso no hay
ningún recorte de presupuesto que te lo quite”.
Uno de los reponedores ha sido más fino que la
mente de este vecino del mundo, y le ha dicho con un tono cariñoso: Si prácticas el sesenta y nueve, tranquila,
que como aquí ya tienes a dos, solo te quedan sesenta y siete.
La verdad es que la frase ha cumplido su objetivo,
porque ella, que ya en nuestro campo visual estaba de espaldas, se ha parado
durante unas décimas de segundo, acusando el golpe, y desapareciendo acto
seguido por la sección de perfumería,
intentando disimular el olor a cuerno quemado que sin duda se le ha quedado.
En esta piel de toro hasta las caricias las damos fuerte,
y convertimos un remanso de paz, como es la hora de la siesta, en un momento
sadomasoquista.
*FOTO: DE LA RED
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