Muchas veces me ha dado por pensar en la elasticidad del tiempo. Sí, ya se que una hora son sesenta minutos, pero depende de las circunstancias, de tus circunstancias, el tiempo parece que dura más o menos. En especial, cuando parece que lo que tienes que hacer lo tienes controlado, pero que al final es pura apariencia.
Ayer había quedado en el centro con un amigo, íbamos al cine pues la filmoteca vasca había programado una retrospectiva de Alex de la Iglesia y nos apetecía ver alguno de sus trabajos menos conocidos. Salí de casa media hora antes, creo que tiempo más que suficiente, para coger el veintiocho rumbo al Boulevard.
Empezó la cosa mal, no parecía que era un día propicio para turistas pero tocó en mi autobús, el cual ya venía tarde, y con el único chófer amable de la zona, digo lo de amable porque se mostraba parlanchín, y con una sonrisa en la boca, lo que no suele ser muy habitual. Un hombre y una mujer, entre cuarenta y cincuenta años, rubios de la modalidad rubio guiri, un rubio que te hace pensar que los poseedores no son de aquí, vamos, ni de este país ni de los alrededores, amables también, muy amables también, y comenzaron a intentar llegar a un acuerdo con el conductor sobre si era el autobús que ellos querían. El chófer me recordaba por su facilidad con los idiomas al Landa de los setenta intentando ligar con la sueca de turno y la creencia de que si hablas el castellano sin artículos, alto, muy alto y despacio te van a entender.
Yo ya empezaba a ponerme nervioso, y consecuentemente aunque el tiempo cada vez pasaba más rápido, mi interior captaba todo lo que ocurría al rededor y además con una especie de eco que hacía que mis glándulas sudoríparas empezaran a funcionar más de la cuenta, lo que no ocurre en cambio cuando voy al gimnasio.
A mi lado, dos señoras mayores una de ellas sorda por lo que tardaba en enterarse de lo que la otra le decía, y por lo que chillaba, hablaban de la gran exclusiva que, al parecer, acababan de dar en la tele, y es que Paquirrin se les casaba.
A todo esto, los turistas al final no eran para nosotros. El caso es que entre un autobús en plena campaña electoral, y alguna manifestación, llegué a las ocho y diez a mi destino, porque además cuando el autobús está parado en pleno recorrido, no tienes ni la opción de bajarte e ir andando, cosa que si llego a hacer desde el principio, me hubiera sobrado tiempo.
Al final decidimos mi amigo y yo, que lo dejábamos para otro día por no entrar en la sala con diez minutos de tardanza, y nos fuimos a dar una vuelta. En mi interior las dos señoras mayores seguían preocupadas con la presunta boda del hijo de la tonadillera ... y es que seguro que esta chica ha ido por lo que ha ido y le ha pillado...Mientras mi amigo me recordaba que el jueves hay otra sesión del mismo director, yo pensaba que a uno nadie le obliga a sacar el arma y a usarla.
Habían sido poco más de treinta minutos, y como decía al comienzo, el tiempo es elástico y esta vez casi se rompe.
*FOTO: DE LA RED