Desde hace un tiempo se viene hablando un día sí y el otro también, de los niños que en los sesenta y setenta fueron separados de sus padres al nacer para ser dados a otras familias.
Estos días se está juzgando el caso de Maria Luisa Torres, la mujer que acusa a la monja María Gómez Valbuena de haberle sustraído a una hija que tuvo en 1982 en la clínica Santa Cristina de Madrid, ratificando ayer ante el juez que la religiosa le dijo que se quedaba sin el bebé debido a que el padre no era su marido.
En realidad todo ésto viene como herencia de la dictadura sufrida durante décadas, y de la diferencia de clases cultivada más que nunca.
La dictadura se puede personalizar en esas muñecas matrioskas, en las que aparentemente hay una muñeca, pero de la que sale otra, y otra, y otra. Así es el poder dictatorial, del que van saliendo otros, y digamos que la muñeca de la iglesia no es de las más pequeñas.
Esta monja presuntamente se hubiera erigido en mano ejecutora de la ley divina, repartiendo justicia en un mundo de pecado.
El conocimiento de leyes de este vecino del mundo, en un baremo del uno al diez es menos uno. Sin embargo sabe que la ignorancia de una ley no exime de su cumplimiento, y presuntamente en el comportamiento de la citada monja pudo más su visión de la moral según sus propias normas que las propias leyes de la naturaleza, ya que la demandante era claramente la madre a todas luces, tuviera o no tuviera, por decirlo de una manera pueril, en regla los papeles de madre perfecta a los ojos de la ley.
Es propio de maneras dictatoriales confeccionarse trajes a medida hechos con la ley, e incluso los gobiernos actuales tienen ramalazos en los que al promulgar una ley, por esas casualidades de la vida, los máximos beneficiados son los más afines a su doctrina.
Estos días por ejemplo el gobierno va a favorecer a aquellos que tengan su dinero en los llamados paraísos fiscales, cargándoles sólo un diez por ciento de lo “distraido”, y haciendo una especie de borrón y cuenta nueva.
He estado reunido conmigo mismo durante horas, y he llegado a la conclusión de que quizás el único dinero que deposité en algún paraíso fue el gastado durante tres días, hace varios años, en Eurodisney de París, pero creo que eso no cuenta.
Y es que por no tener no tengo ni una matrioska de donde sacar otra y después otra, todas igualitas a la madre que las engendró, quizás con más defectos que virtudes.
* FOTO: DE LA RED
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