Recordando
las navidades pasadas, todos aprovechamos esas fechas para en cierta
manera volver a nuestros orígenes. Personalmente es en esos días
cuando uno verdaderamente se da cuenta de cómo pasa el tiempo al
comprobar cómo han ido envejeciendo esos amigos de patio de colegio,
y a los que solo ves de Pascuas a Ramos, y por lo tanto no les
quieres amargar el momento, diciéndoles cuanto han engordado o
avejentado.
Pero
lo peor para tí no es eso, sino que te das cuenta que a ellos les
debe de pasar lo mismo contigo, y tampoco te lo dicen, con lo cual tu
conciencia queda tranquila por aquello del “ojo por ojo”.
Hay frases para todo, y eso quiere decir que siempre ha
habido alguien que ha estado antes en tu misma situación. Bien
pensado, es triste que ni podemos ser originales en nuestras
interioridades. Es lo mismo que cuando vas al monte y te pierdes, y
de pronto encuentras un paisaje idílico, perdido
de la mano de Dios, y
de pronto en la corteza de un árbol cercano encuentras la
inscripción “José y María”, acompañada de un corazón con una
flecha, y una fecha, que te informa que alguien estuvo allí hace
más de veinte años.
Por
otra parte, y en esta vida que llevamos, que hagamos lo que hagamos
con ella es de todo menos original, conviene no dejarse nada en el
tintero de los sueños, e intentar realizarlos cuanto antes, porque
nuestros recipientes en el mercado de la vida, no llevan, aunque lo
tengan, fecha de caducidad, y cualquier día saltará la desagradable
sorpresa.
Hace
unos días llegó hasta la atalaya de este vecino del mundo, una
frase del filósofo alemán Albert Schtweizer:
Con
veinte años todos tienen el rostro que Dios les ha dado; con
cuarenta el rostro que les ha dado la vida y con sesenta el que se
merecen.
¡Vamos!
Esta frase la podía haber patrocinado la mismísima Dirección
General de Tráfico por aquello de “las imprudencias se pagan”.
Para
bien o para mal estoy totalmente de acuerdo con él, por lo que llevo
varios días, y los que me rondarán, que me tomo la vida con calma,
y filosofía, y nunca mejor dicho por venir la idea de quien viene.
La
verdad es que la mejor crema facial que existe es llevar una buena
vida sabiendo encajar los buenos y los malos momentos, porque en
cuestión de todo tipo de cremas, incluidas las de “anti-edad”,
solo hacen milagros a las modelos de los anuncios, que dicho sea de
paso no tienen más de veinte años, y...
el rostro que Dios les ha dado.
*CUADRO: "Joven mujer maquillándose" de Berthe Morisot.
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