No hace falta decir que en esta sociedad actual en la que precisamente ahora se puede hablar con gente de todas partes del mundo en décimas de segundo, lo que falta precisamente es comunicación.
Todo el mundo mueve el culo por lo suyo, y nada más que por
lo suyo. Vas caminando por la acera de una gran ciudad y si en ese momento hay doscientas
personas delante y al lado tuyo, en realidad hay doscientas islas. Nadie tiende
puentes. Por eso es necesario que cada uno actúe muchas veces como su propio psicólogo
de cabecera. De hecho, una de las razones para crear este blog, y siempre que
viene al caso, no me duelen prendas en reconocerlo, es que me sirviera de
terapia para hablar conmigo mismo, soy poco accesible, lo reconozco, y si de
paso podía servir de ayuda, o solo de triste y melancólico “pasatiempo”, pues
eso…que menos da una piedra.
Recuerdo que con unos dieciséis años, y con los problemas
de comunicación correspondientes, ya que, con esa edad, no eres ni niño ni
adulto, me refugiaba en el cine, una de mis grandes pasiones. Un día vi la
película “Cabaret”, un musical espléndido por cierto, y en ella Sally Bowles, encarnado
por una dura y frágil Liza Minelli, en un momento dado cuenta su, digamos, “truco de cabecera”
para soltar todas sus tensiones, y es el aprovechar el paso de los ruidosos
trenes por la noche para ponerse al lado y gritar con todas sus fuerzas.
Siempre he pensado que los buenos “trucos”, “consejos”…son
para copiarlos, y nunca he gritado al paso de un tren, pero ¿quién no lo ha
hecho en grandes aglomeraciones, como un partido de fútbol, por ejemplo, para
soltar todo lo que llevas dentro, aunque lo pague, y es una pena, la madre del
árbitro?
Desde que vi la película “El sexto sentido”, y en este
punto quizás me voy a convertir en cierta manera en un “spoiler”, o estropear el final de la
citada película, tengo la sensación de que, llegado el caso, puede ser difícil distinguir
entre si simplemente estás muerto o la gente de alrededor no te hace ni puñetero
caso.
Por eso, aprovechando la filosofía de Sally Bowles, y
utilizando las posibilidades que tengo a mi alcance, esos días, especialmente
lluviosos, o desagradables, en los que no te saludas ni a ti mismo, salgo a la
calle y muy cerca hay una entidad bancaria. Intento entrar en ella, y... automáticamente la puerta se abre. ¡Ya está! Aunque nadie me lo quiera
reconocer…¡Sigo vivo! Que no es poca cosa, en estos días inciertos. Y ya me
puedo ir para casa, o para donde estime conveniente.
Espero que todo esto, lo hayáis leído bajito, porque para una cosa, y tan importante, que la banca te ofrece gratis, como que se abran las puertas de sus establecimientos, es mejor que no se enteren que pueden tener también una utilidad, digamos que existencial. No sea que nos quieran cobrar también por eso, y seguro que bien caro.
*FOTO: DE LA RED
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