El asunto tiene hasta su gracia. Una de las cosas que más echo de menos durante esta pandemia, es el poder salir a la calle de madrugada. La gracia viene porque en la normalidad que se suponía iba a durar toda la eternidad, no lo hacía nunca. No soy un gato disfrazado de “vecino común”, pero ya se sabe, basta que no lo puedas hacer ahora…
Lo mismo deben de pensar todos
esos, y esas, claro, que un día si y el otro también, aparecen en la madrugada
de un informativo, detenidos en cualquier recinto disfrazado de “garito de tres
al cuarto” pagando una pasta, además, por intentar jugársela a la autoridad
competente.
Cada vez que ésto ocurre, que
detienen a usos cuantos desaforados y “malvecinos” por llenar cualquier
“armario destartalado”, pagando además, con premeditación y alevosía, no puedo evitar pensar en esos chistes,
que siempre me han parecido tan estrambóticos, de “Estaban cien mil chinos en
una cabina telefónica, y al recibir otro gol, el portero de uno de los equipos
se queja amargamente diciendo: -Claro, es que me dejáis solo.”
En el día a día a estos
individuos no sé si les ha dejado solos la cordura, pero sí, están llenos de un
egoísmo exacerbado. Fríamente, les trae al pairo hasta la posibilidad de poder
contagiar a sus más íntimos. Porque se supone, que en el mejor de los casos,
todavía les quedará de eso: “familia”.
Y es que hay cosas que no las
puede arreglar nunca ningún “lo siento”, aunque después se vista de lacrimógeno,
trágico o de mil excusas cada cual más descabellada que la anterior.
Todo acto tiene su
repercusión, y tras cualquier decisión sólo se abre un camino de ida, nunca de
vuelta. Y por supuesto, en ningún caso la juventud debe de ser sinónimo de
estulticia, sino de esperanza.
*FOTO: DE LA RED