¿Qué harías si te enteras
que dentro de veinticuatro horas es el fin del mundo?
Esa pregunta la hicieron
hace un par de días en un programa de radio, mientras paseaba en solitario a
eso de las dos de la madrugada muy cerca del mar, buscando el pedazo de luna
que faltaba.
Desde entonces, la pregunta
se ha pegado a mí como una lapa.
Tras la primera típica
respuesta que, sin tapujos ni milongas, la mayoría de nosotros públicamente, o
no, haría vendiéndonos una orgía sin
fin (pero, no nos engañemos, con veinticuatro horas de caducidad), creo que
desde un primer momento lo tuve clarísimo.
Prácticamente lo primero, y
lo único, que haría sería decir a las dos personas más importantes en mi vida,
y sin orden, lo mucho que las quiero.
Una de ellas, es fan, y
crítica cuando se le pregunta (que eso siempre es muy importante), de este
blog. Se negará a reconocerlo, pero en el fondo, está segura de que es ella. Esa
persona que ha sabido cambiar los esquemas de mi vida, y ha calado en cada poro
de mi piel.
La otra persona, si le
importo, me imagino que siempre es después de mucha gente. Quizás, nunca una
mala palabra desde su lado, pero nunca también, aunque parezca una
contradicción, o al menos desde hace muchísimo tiempo, un buen gesto. Pero ese
tipo de amor, el mío por ella, nunca cesará tampoco.
Al final, parece que el amor
es una especie de salvavidas, ¿la nuestra?, que flota por encima de todas las
adversidades y quiere quedar por encima del último recuerdo. El amor es ese
sello indeleble que quieres que permanezca con el último aroma de tu esencia.
¿Algún
otro deseo por cumplir?
Uno, quizá, muy sencillo,
porque se puede comprar con dinero, pero al mismo tiempo bastante complicado
cuando no se tienen medios. Pasar una noche de luna llena, requisito indispensable, en calma chicha, a bordo de una embarcación (de unos cinco metros es suficiente), tumbado en
ella, observando el cielo hasta que parezca que me elevo, o me caigo en el
abismo que me rodea, porque ambas pueden ser las sensaciones. Que conste que
tampoco lo pongo muy difícil, porque, y quizás también sea mucho pedir, en la
mitad de la bahía donostiarra puede convalidar ese deseo.
Al final, debe de ser verdad
eso de que nos vamos ligeros de equipaje, porque lo verdadero, nuestro tesoro,
siempre va en el corazón. ¿Puede sonar cursi? Es la verdad, aunque ésta se
pueda disfrazar de mantequilla deslizante…
*FOTO: DE LA RED