lunes, 19 de octubre de 2015

EL SHANGRI-LA DE TUS RECUERDOS


En algún sitio leí que no se debe de volver al lugar en el que se fue feliz porque es la manera de comenzar a perderlo todo. Incluso, y ésto ya es de mi propia cosecha, a la felicidad le vienen bien los grandes espacios, y el paso del tiempo para aderezarlo con atrezo de nuestra propia cosecha. 

Prohibido primerísimos primeros planos, porque como mínimo las patas de gallo de los recuerdos nos hablarán de tiempos pretéritos donde el futuro se teñía de posibilidades, y el deseo aprendía a dar sus primeros pasos.

Quizás, el retorno puede ser como intentar leer el libro de nuestras vidas dos veces. Como Superman intentando que la tierra gire en dirección contraria para borrar la muerte de su amada. Y ninguna vida resiste a una segunda lectura, porque a buen seguro cambiará, y es más que probable que perderemos en el cambio, porque siempre gana la banca, aunque sea la del recuerdo.

El ayer está lleno de nidos de bonitos recuerdos dormidos o sonámbulos. Recuerdos con pedigrí, que si vuelves a Shangri-La, es más que probable que acabes con ellos. Porque los recuerdos son como camaleones de porcelana del ayer, que se depositan en cualquier lugar, se mimetizan con el paisaje, pero son más que eso. Y si vuelves al Shangri-La de tus recuerdos es más que probable que perezcan rotos en mil añicos (como bolas de un árbol navideño olvidado en el mismo momento de nacer) por las pisadas de la realidad.


Los recuerdos siempre merecen ser mirados desde el retrovisor de la vida, pero con la vista en la forja donde el futuro hecho cerámica  se hornea  y se convierte en mil formas de un siempre frágil presente. Ayudan a que el presente sea soportable, pero no se puede vivir de ellos, solo sirven de anestesia a un dolor que está en nuestro ADN, y que nos hace distinguir lo verdadero de los sueños.

*ILUSTRACIÓN: DE LA RED

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