Ayer sobre las ocho de la tarde llegué a Donosti procedente de tierras vizcaínas, y llovía como si fuera la primera y la última vez.
Como no quería salir en los periódicos como la primera persona ahogada en la estación de autobuses, espere un buen rato, más de media hora, a que bajara la exhibición acuática.
En momentos así siempre recuerdo los primeros días de la instalación provisional de las primeras carpas de la estación de autobuses,en su ubicación actual, estamos hablando sobre finales de los setenta, osea hace más de treinta y dos años.
Hoy en los periódicos digitales se hace mención a que el partido mayoritario en el gobierno municipal se ha quedado solo en su pretensión de ubicar la estación de autobuses en Riberas de Loiola.
Totalmente ajeno a esta noticia, este vecino del mundo, ayer, mientras esperaba y se desesperaba, a que la tromba de agua diera un poco de tregua, pensaba en la cantidad de concejales, y familias de concejales, que han pasado durante más de seis lustros, y que no han sido capaces de llevar a buen puerto, y nunca mejor dicho, teniendo en cuenta la cantidad de agua que me rodeaba, ese proyecto en cuestión.
De pronto, mientras mi enfado iba a más, encontré la solución para que el conjunto de ediles se ponga de acuerdo y lleve adelante un proyecto que por su tardanza podría asemejarse, e incluso dejar corto, a algunas de las obras cumbres de la arquitectura española.
Sin ir más lejos, y por pura curiosidad, este vecino ha estado investigando lo que se tardó en construir el mastodóntico monasterio de El Escorial. Existen diversos datos, y la mayoría giran entre los veinte y veintitrés años, pero nunca más de treinta. Y nosotros mientras, mirándonos a quién la tiene más grande, me refiero a la fuerza en el ayuntamiento donostiarra, naturalmente.
Volviendo a la solución que encontré para que los ediles se pongan las pilas y construyan de una vez nuestro Escorial particular, se me ocurrió que su próxima reunión se realice en la misma estación de autobuses, con la gentil ayuda del cuerpo de bomberos.
Con tres o cuatro mangueras apuntando hacia el cielo de manera que el agua fluyera tan libremente como lo hacía ayer, y debajo la corporación municipal, muy digna ella, con su mesa, con sus papeles, y con toda su prosopopeya. Sólo una consigna, de allí no se mueve nadie, hasta que se pongan de acuerdo todos los ediles, y mañana mismo comiencen las obras en el sitio que sea, pero que comiencen.
Y es que quizás, una cosa es la teoría y otra la práctica, y tras más de treinta años de reuniones, ya es hora de que comiencen a sonar las máquinas y a parar las palabras.
*FOTO: DE LA RED