Se
suele decir que no
hay mal que por bien no venga,
y eso he pensado cuando a las once de la mañana de hoy, un lunes
normal y corriente, he ido al gimnasio y estaba el recinto, como en
los grandes días de toros, hasta la bandera. No, no había ningún
congreso de jubilados, con lo cual he llegado a la conclusión, de
que muchos de ellos eran, por las edades, entre treinta y cincuenta
años la gran mayoría, gente en paro. En el argot militar se
describiría como
daños colaterales
de la política actual.
Para
aclarar las cosas, el gimnasio al que me refiero es municipal, no de
esos privados en los que hacer ejercicio te sale por un riñón, y la
persona que está delante tuyo huele a sudor rancio, y no a Chanel 5.
Y
es que muchas personas hemos llegado al mismo razonamiento:
El
gobierno está recortando de todo, en especial la libertad de
expresión, y eso que no cuesta nada en teoría. Como la sociedad
está viendo las “barbas de su vecino pelar”, y lo que se va
sabiendo sobre la sanidad española, poco a poco va dejando mucho que
desear, y no por el comportamiento de los técnicos sanitarios, sino
porque cada vez se lo ponen todo más difícil, como consecuencia de
todo ello, esa misma sociedad está prestando más atención a su
salud, y entre otras cosas al control del peso, que dicho sea de
paso, matas dos pájaros de un tiro, porque intentas comer menos, y
además ahorras en los gastos del supermercado, ya que de ir al cine,
ni hablamos. Ver una película como tiene que ser, en una sala de
cine, se ha puesto tan caro, que una de las últimas veces que fui,
en concreto a ver “Lo imposible”, le pregunté al de la taquilla,
después de que me dijera el precio para dos personas, a ver si era
porque después de cada proyección y como consecuencia del tsunami,
tenían que recomponer la sala. La verdad es que no le hizo ni
gracia, como a mí tampoco el precio, pero si él me mete el dedo en
el ojo, yo lo hago también.
Ya
se que mucha gente al leer ésto me dirá que él no era el dueño
del cine. Yo tampoco soy el dueño de mi vida, porque antes están
los bancos y el gobierno, y encima me cuesta dinero.
Espero
que este tipo de protesta, la de índole personal, se pueda seguir
haciendo, y no tenga que estar a trescientos metros de todo, porque
en ese caso si no me va a ver nadie para qué protestar. Lo mismo que
decía Luis Miguel Dominguín después de haberse acostado con La Gardner, que
lo mejor era el poder contárselo a sus amigos.
*FOTO: DE LA RED