Algunas
veces piensas que estar bien informado es malo, porque en estos
momentos para lo único que sirve es para que te suba la tensión por
instantes. Sin embargo, hay momentos en que te das cuenta que el
vecino de al lado, o el que está a mil kilómetros, y no es vecino
tuyo pero es vecino de otra persona, está tan alterado como tú.
Ayer
al subir a casa coincidí en el ascensor, que muchas veces es un
recinto frío que solo sirve para comentar el tiempo que hace, y
otras, como en ese momento, sirve de confesionario, con Lorena, la del
tercero. Tendrá unos cuarenta años, casada, y muy simpática. En
este caso lo de “simpática” no antecede al “pero poco
agraciada”, porque está, como se decía antes, como un tren.
Me
preguntó en voz baja, aunque estábamos solos, si conocería a
alguien interesado en comprar un piso en la costa alicantina. Al ver
que le seguía la conversación, me comentó que tanto ella como su
marido habían llegado a la conclusión, con mucha pena y mucho
dolor, de vender su piso, el que tenían para ir de vacaciones. Con
bastante tacto, aunque nunca se sabe si es con el suficiente, le
pregunté, si era por alguna contingencia laboral de alguno de ellos.
Los circunloquios que hay que crear para evitar preguntar si les
habían despedido a alguno de ellos.
Tenemos
trabajo los dos – me dijo con el tono que se emplea para dar a
entender que no es por esa razón. -No, peor que eso. – me
dijo con un hilo de voz.- Tenemos trabajo los dos..., pero no nos
va a salir a cuenta tener el piso, porque ahora no podemos coger
vacaciones por miedo a que nos manden al paro, y luego no nos vamos a
poder jubilar hasta los setenta. Para qué vamos a querer el piso con
tanta edad, si lo que entonces necesitaremos será asistencia médica
un día sí y el otro también.
Tras
poner cara de hacerme cargo de lo que decía ella, y prometerle que
si me enteraba de algún candidato a posible comprador, nos
despedimos.
Al
principio tuve la sensación de que Lorena se quejaba de vicio. Sin
embargo, tras un tiempo de darle al magín, y ya más en mi papel de
vecino del mundo, me dí cuenta de que esa conversación era un claro
síntoma de lo que está ocurriendo en nuestra sociedad.
Se
está matando, con unas y otras medidas del gobierno de turno, el
sueño que cada uno de nosotros lleva dentro, y sin un sueño que
sirva de norte, no se puede vivir. Porque el sueño equivale a
ilusión, y ese es el mejor de los sueldos que puedes obtener, el que
te hace sobrellevar otros momentos que no son tan felices.
En
realidad, y ya para terminar, somos como las plantas, y lo mismo que
ellas necesitan ser regadas para seguir viviendo, nosotros
necesitamos el riegue y el abono de la ilusión, de poder imaginarnos
un futuro, una meta, y hoy por hoy esta vida es una novela negra que
termina con un asesinato sin resolver, que es el de nuestras
esperanzas.
*FOTO: DE LA RED