Erase una vez una cadena de televisión donde aunque tenían muchos programas, la mayoría de los colaboradores iban y venían por largos y largos pasillos, con paredes cubiertas con fotos de sus líderes de audiencia, para ahora intervenir en un programa, más tarde en otro, y luego quizás en otro más.
Hacían tantos programas, que muchas veces los colaboradores se daban cuenta de en qué programa estaban por el presentador que tenían en ese momento. Sin embargo, algunas veces también acaecía que el presentador era el mismo ,y el problema para saber en qué programa estaban se agudizaba, hasta que un día se dieron cuenta de que no era importante saber en qué programa estaban porque siempre hablaban de lo mismo.
Como en todo cuento que se precie, había una princesa. La pobre sufría mucho, porque aunque ella sabía todo de todos, parece que era facultad inherente a su cargo, en realidad no lo quería decir, y lo poco, poco, que comentaba era solamente en defensa propia, porque la gente era muy mala, muy mala.
Algunos de los colaboradores, incluida la infanta, no habían tenido oportunidad por azares de la vida para ensanchar su espíritu mediante el estudio, o al menos no les había cundido, o quizás por modestia no lo querían demostrar; es por eso que muchas veces la posible escasez de conocimientos quedaba al aire, pero a ellos no les importaba; es más, hacían alarde de ello; parecían orgullosos. Si algún despistado les hacía mención, ya formaban parte del lado oscuro, o como mínimo era un triste muy triste.
Había, también, algún presentador estrella que no se amoldaba al formato del programa, fuera concurso o no, con lo cual en realidad él convertía cualquier programa en su programa.
Había concursos en los que prácticamente cada día cambiaban las normas, todo fuera para “el gran espectáculo”, Los colaboradores habituales de la cadena también podían participar en ellos; es más, había gran alborozo cuando esto sucedía, y sus compañeros eran tan buenos en sus sentimientos que hacían lo imposible para que llegaran si pudiera ser a la final, o incluso al más allá.
En esa cadena todos eran muy justos, muy justos, y cuando alguien se portaba mal, aunque fuera colaborador, o quizás por ello, si hacía falta el presentador le podía mentar la posible profesión de su madre, según decían una de las más antiguas, pero todo lo hacían por justicia. Y como eran tan buenos, tan buenos, no le mandaban del programa, y es que a ellos los índices de audiencia no les importaba.
Erase una vez una cadena donde todo lo que ocurría era un cuento.
*DIBUJO: SHUTTERSTOCK
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