Muchas
veces algo tan sencillo como coger un autobús nos puede aclarar una
serie de pautas del comportamiento humano, incluido el nuestro.
Por
razones que no vienen al caso, mi vida transcurre muchos días
montado en un autobús, aunque en trayectos de una hora más o menos.
Los
autobuses que estoy obligado a tomar van siempre numerados, y es
frecuente el caso de la gente que respeta el número del autobús
pero no el asiento, y naturalmente, por azares de la vida, y como esa
persona ya está sentada, gentilmente de primeras te ofrece el suyo,
que además, y ni si quiera hace el paripé de buscarlo, se lo sabe
de memoria. Ni que decir tiene que el suyo puede estar encima de una
de las ruedas traseras.
Otro
gesto muy frecuente de las personas al montarse en el autobús es
colocarse de una en una en cada fila de dos asientos.
Si
las personas van solas normalmente quieren una “parcelita” a
estrenar. Por esa regla, solo iría la mitad del autobús
con gente.
En
un tiempo en el que estamos conectados a la red de redes día y
noche, sin embargo somos lobos solitarios, y la palabra “lobo”
está elegida expresamente, porque si se sientan al lado nuestro no
diremos nada, pero nos sube la temperatura de la mala leche.
Mención
a parte merecen esas personas que para asegurarse de que nadie se les va
a poner al lado, y con un aire virginal, dejan en el asiento anexo de
todo: abrigo, paraguas, cartera... Personalmente, si en una fila, de
dos asientos a la izquierda y otros dos a la derecha, y en cada una
de las partes hay solo una persona, elijo para sentarme el que tiene
al lado dejadas sus reliquias, y la mayoría de las veces te miran
con cara de no comprender.
Ese
simple gesto equivale a unas cinco visitas al psicólogo, y te deja
como un guante, pasando tu mala leche al propietario del tesoro
desparramado y que se hacía el sueco.
Hoy,
en ese mismo autobús, había una mujer leyendo el periódico, por
cierto, cada vez se ve menos gente leyendo el periódico en sitios
públicos a no ser que sean propiedad del local en el que te
encuentras, quiero pensar que es por ahorrar gastos, y las dos
personas de atrás alzando el cuello para mantenerse informadas
también, lo cual corrobora mi anterior suposición de que es por
ahorrar, y que el género humano es curioso por naturaleza. Por
cierto, siempre me he preguntado si en el número de lectores que
barajan los periódicos, tendrán en cuenta a los que te acompañan
como guardaespaldas mientras tu lees en espacios públicos, y que
hacen verdaderos esfuerzos por no decirte de que todavía no cambies
de página, porque ellos no han terminado.
Mención
aparte, y ya para terminar, merecen esas personas que se sientan a tu
lado y por el mero hecho de que respondas a su “buenosdías”, se
creen con el privilegio de contarte su vida, y además pasándose por el
forro de sus caprichos la normativa vigente en cuanto al uso de
decibelios. Pero, aunque parezca imposible, los hay peores: aquellos
que nada más sentarse te empiezan a interpelar, y por un momento
tienes la impresión de que estás delante de la policía haciéndote
responsable del asesinato de John F. Kennedy, y para más regodeo te
preguntan lo que significa “F”.
*DIBUJO: DE LA RED
De: Ana Martxueta (por facebook)
ResponderEliminarjijiji, yo suelo ser de la que se sienta y deja todo en el asiento de al lado. Pero si alguien quiere sentarse, se lo quito y no protesto. Eso sí, lo que no soporto es que me hable alguien a quien no conozco porque normalmente en el autobús duermo
Como siempre me duermo en el bus, pido ventanilla para dormir apoyado en el cristal.
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