jueves, 11 de abril de 2013

EL HOMBRE QUE MATÓ A KENNEDY


Muchas veces algo tan sencillo como coger un autobús nos puede aclarar una serie de pautas del comportamiento humano, incluido el nuestro.
Por razones que no vienen al caso, mi vida transcurre muchos días montado en un autobús, aunque en trayectos de una hora más o menos.
Los autobuses que estoy obligado a tomar van siempre numerados, y es frecuente el caso de la gente que respeta el número del autobús pero no el asiento, y naturalmente, por azares de la vida, y como esa persona ya está sentada, gentilmente de primeras te ofrece el suyo, que además, y ni si quiera hace el paripé de buscarlo, se lo sabe de memoria. Ni que decir tiene que el suyo puede estar encima de una de las ruedas traseras.
Otro gesto muy frecuente de las personas al montarse en el autobús es colocarse de una en una en cada fila de dos asientos.
Si las personas van solas normalmente quieren una “parcelita” a estrenar. Por esa regla, solo iría la mitad del autobús con gente.
En un tiempo en el que estamos conectados a la red de redes día y noche, sin embargo somos lobos solitarios, y la palabra “lobo” está elegida expresamente, porque si se sientan al lado nuestro no diremos nada, pero nos sube la temperatura de la mala leche.
Mención a parte merecen esas personas que para asegurarse de que nadie se les va a poner al lado, y con un aire virginal, dejan en el asiento anexo de todo: abrigo, paraguas, cartera... Personalmente, si en una fila, de dos asientos a la izquierda y otros dos a la derecha, y en cada una de las partes hay solo una persona, elijo para sentarme el que tiene al lado dejadas sus reliquias, y la mayoría de las veces te miran con cara de no comprender.
Ese simple gesto equivale a unas cinco visitas al psicólogo, y te deja como un guante, pasando tu mala leche al propietario del tesoro desparramado y que se hacía el sueco.
Hoy, en ese mismo autobús, había una mujer leyendo el periódico, por cierto, cada vez se ve menos gente leyendo el periódico en sitios públicos a no ser que sean propiedad del local en el que te encuentras, quiero pensar que es por ahorrar gastos, y las dos personas de atrás alzando el cuello para mantenerse informadas también, lo cual corrobora mi anterior suposición de que es por ahorrar, y que el género humano es curioso por naturaleza. Por cierto, siempre me he preguntado si en el número de lectores que barajan los periódicos, tendrán en cuenta a los que te acompañan como guardaespaldas mientras tu lees en espacios públicos, y que hacen verdaderos esfuerzos por no decirte de que todavía no cambies de página, porque ellos no han terminado.
Mención aparte, y ya para terminar, merecen esas personas que se sientan a tu lado y por el mero hecho de que respondas a su “buenosdías”, se creen con el privilegio de contarte su vida, y además pasándose por el forro de sus caprichos la normativa vigente en cuanto al uso de decibelios. Pero, aunque parezca imposible, los hay peores: aquellos que nada más sentarse te empiezan a interpelar, y por un momento tienes la impresión de que estás delante de la policía haciéndote responsable del asesinato de John F. Kennedy, y para más regodeo te preguntan lo que significa “F”.

*DIBUJO: DE LA RED

2 comentarios:

  1. De: Ana Martxueta (por facebook)
    jijiji, yo suelo ser de la que se sienta y deja todo en el asiento de al lado. Pero si alguien quiere sentarse, se lo quito y no protesto. Eso sí, lo que no soporto es que me hable alguien a quien no conozco porque normalmente en el autobús duermo

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    1. Como siempre me duermo en el bus, pido ventanilla para dormir apoyado en el cristal.

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