Nunca conviene hacer astillas del árbol caído, porque
entre otras cosas son fuerzas que malgastas de manera gratuita, y no está el
momento actual como para “gastar” nada.
Quizás utilizando el viejo dicho “el que no se consuela es porque
no quiere”, lo bueno que tiene el atravesar un momento malo, por
terrible que sea, es que siempre se aprende, y lo mismo ocurre con la crisis.
No quería apuntarme en la Universidad de la Vida y
doctorarme en Crisis, pero las cosas han ido así, y haciendo de tripas
corazón, y de la cochina crisis una experiencia, hay varias cosas que he
aprendido, que en mayor o menor medida ya se desprendían de las vivencias de
nuestros mayores cuando inauguraban monólogos “porque tú no has pasado hambre después de la guerra”.
Hay que vigilar el dinero cuando se tiene, como bien
perecedero, porque luego te acuerdas de él con cara de amante despechado y
cornudo sin remisión.
Cualquier tiempo pasado, con dinero, siempre fue mejor.
El valor de las cosas sencillas.
El dinero, precisamente, con su supuesto pasaporte de
libertades compradas, te puede separar
de los tuyos, y hacerte más egoísta.
El valor de la quietud, de vivir los días, y no los
minutos. El escribir en los renglones de tu vida con miedo a hacer borrones,
porque el borrar significa más gasto.
Volver a recordar ciertas vivencias es vivir otra vez,
y además, ahora, te salen gratis.
Llevar una vida sana y saludable, siempre es más barato y
rentable, porque con lo que te gastas en una noche de juerga, te puedes pagar
cuatro meses de gimnasio municipal.
Una crisis es igual que pasar una enfermedad, si tienes
la suerte de salir de ella, te vas a plantear la vida de otra manera.
Y ya para terminar, el comprobar que el éxito te crea
nuevas amistades, y el frío de la crisis las congela.
*FOTO: DE LA RED
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