Al final va a convertirse en verdad aquel viejo chiste de “A mí no me importa que suba la gasolina,
porque yo siempre le pongo a mi coche quinientas pesetas de carburante al mes”.
Algo así, más o menos, es lo que pasa cuando vas al
supermercado, e incluso ya últimamente hasta en el colmado de la esquina, y encuentras todo tipo de productos en lonchas y perfectamente
plastificado. Con lo cual, especialmente personas que viven solas, o incluso
parejas, no compran por la cantidad sino por el precio.
Ha sido uno de los grandes inventos de la actualidad, y una
de las pocas veces en que se desconoce al autor de un gran descubrimiento, desde
el punto de vista empresarial, naturalmente, convertir en lonchas, o en realidad, en pequeñas dosis, todo tipo
de productos, especialmente y le viene a la cabeza a este vecino, el queso, o incluso el jamón. Quizás para que no se pueda decir de modo
peyorativo, y mientras se le apunta con
el dedo “ese es el listo al que se le ocurrió ponerle precio al aire”, ya que eso es en realidad lo que ocurre.
El tema se le ha ocurrido a este
vecino mientras desayunaba, pues “tiene”, a modo de imperativo legal, que
desayunar, entre otras cosas, pocas más por cierto, jamón, y se pasa más tiempo
quitando los plásticos que acompañan a cada loncha de jamón, que comiendo. Es como comer el famoso algodón de azúcar de las ferias. Lo
dicho, parece que en realidad estás comiendo aire.
Si a comienzo de los años setenta, a alguien le dio por innovar en el campo de venta de enciclopedias, mediante los fascículos, y muchos años después ya se vende de todo, por fascículos coleccionables,
ahora también tenemos plastificado y en lonchas todo tipo de productos, y
aunque así parece que compramos más barato, no nos engañemos lo único que
ocurre es que la cantidad que compras es menor, pero al presidente de la
compañía de turno, quizás ya le viene corto la visita a Suiza, y hasta es
conocido en las Islas Caimán.
Y bien pensado,
hay poca diferencia entre comprar el queso o el jamón en lonchas, y comprarse un
armario totalmente desarmado, en ese tipo de grandes superficies en el que tú
eres además de cliente, tu propio asistente, pues tienes que ir visitando
diferentes partes de la gran tienda para “agenciártelo todo”, a un precio, eso sí, bastante más barato,
pero quien sale ganando una vez más es el empresario, que con muy pocos
trabajadores tiene montado un verdadero imperio. Con el agravante además, de que
nosotros nos vamos del establecimiento con la sensación de que somos
los listos.
Para que luego digan que no existe el crimen perfecto.
Para que luego digan que no existe el crimen perfecto.
*FOTO: DE LA RED
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