Los molinos del recuerdo mueven sus palas sin rumbo
definido, siempre guiados por la fuerza de algo tan intangible como es el viento de tiempos
queridos. Aquellos tiempos en los que todo estaba por delante y era fácil
partir cuando nada dejabas y todo te esperaba.
Los molinos del recuerdo suenan a quejidos pesados de
verdades esculpidas en la sorpresa de lo nada pretendido, y más encontrado que
querido. Los molinos del recuerdo ocultan a gigantes pequeños en verdades
planas, donde más importante es la mirada al recuerdo, que el recuerdo en sí.
Molinos blancos de inocencia sobre tierra rojiza abierta
a lo desconocido, y como banda sonora el silencio apenas cortado por el viento del eco.
Días azules sin sol, días
alegres sin bullicio donde es más lo prometido que lo dado. Grandes llanuras en
las que es imposible ocultar la verdad.
Decorados propicios a caballero sin princesa, a dama de
bajo linaje pero altos principios, a escudero con refranes por escudo.
Aventuras escritas en el libro del
tiempo, donde los actos se disfrazan de leyenda, donde lo pasado se confunde
con el tal vez que es vecino de lo
imposible.
La figura del Quijote sustituye al perdedor perdiendo,
donde no se quiere ganar sino vivir, donde lo que importa no es contar sino
sentir. Días en los que nunca existió el presente sino la sombra de una acción
antes que la acción en sí.
Años repletos de aventuras sin planes, sin tesoro pero
con mapa, donde más importante era buscar que encontrar, y el objeto no era una piedra preciosa, sino una preciosa piedra. Porque el tesoro se convierte en tal
cuando lo descubre una mirada soñadora, un viejo disfrazado de niño, un
aventurero sin aventura, un quijote en su cuerda locura.
La vida en realidad era simplemente el reflejo de un
espejo, donde se miraba Aldonza y él encontró a Dulcinea. La vida era un relato
corto y él lo convirtió en su país.
Los molinos del recuerdo hoy están habitados por celosos gigantes
enamorados que buscan a su dueña en tu mirada, en la sombra de lo imposible.
*FOTO: DE LA RED
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