Desde que en la última edición de Gran Hermano VIP se
salvara en el último momento Belén Esteban, este vecino del mundo ya cree hasta
en los pitufos. Por eso ayer, en el momento en que Suso se salvó, o más
certeramente, le salvaron, en detrimento de Quique, que se va de un concurso al
que ha amado desde sus comienzos, este vecino lo primero que pensó, es que ayer
estaba claro que el notario del programa, si lo hay, sin
duda tenía que ser el mismo de la noche en que se salvó La Esteban.
Algunas veces, y ayer tras el veredicto de la audiencia, puede ser el mejor ejemplo, me siento como los banqueros durante mucho tiempo en este país: “no doy crédito”.
Algunas veces, y ayer tras el veredicto de la audiencia, puede ser el mejor ejemplo, me siento como los banqueros durante mucho tiempo en este país: “no doy crédito”.
No doy crédito a lo ocurrido
ayer en la sexta gala de Gran Hermano 16, aunque creo en Los Pitufos.
No doy crédito a que se
defienda, porque en el fondo es eso, el
estar todo el día en gayumbos por la casa (cuando este vecino tiene entendido que
está prohibido por el “reglamento” del programa); el mirar a las mujeres, a
todas, desde arriba, para solo fijarse en lo de abajo; el desacreditar mediante
adjetivos calificativos de dudoso gusto, a todo aquel que ha estudiado algo.
No nos vamos a cortar las
venas, por algo que ya no tiene remedio. Sin embargo hay algo que me tiene en
un sinvivir.
En la mayoría de los
comentarios que he leído a favor de que se quedara Suso en la casa se decía: que
se quede un poco más, para animar la casa, sino sería una mueblería, y por
lo tanto un aburrimiento.
La pregunta entonces es:
¿Cuánto tiempo “hacemos” que se quede Suso dentro del concurso? ¿Cinco minutos,
cinco semanas, hacemos que llegue directamente a la final?
El problema que se ha
planteado con el desenlace de ayer, es que Suso no se medía con uno cualquiera.
Quique era un estudioso de Gran Hermano, y una persona, que se diga lo que se
diga, se ha portado intachablemente. En realidad es un joven que se portaba
bien, contra un joven que se portaba mal. El hijo que todas las madres
quisieran tener, contra un posible tesoro para una cadena que vive de romper
esquemas.
Y la lectura final es que se ha
premiado al malo, al alocado, al que es solo fachada de tableta de chocolate,
al que hace “peinetas” a los espectadores, al machista, al que se ríe de los
que han estudiado.
Si seguimos apostando por
alguien que da juego, más de una vez he pensado que en un futuro, y para no
perder más el tiempo, se debería, el mismo primer día de una próxima edición,
advertir al telespectador que entre los concursantes que acaban de entrar en la
casa, hay un perfil que es falso, y en realidad, se esconde un asesino en serie.
Visto lo visto, y por la teoría de que la gran mayoría lo iba a pasar tan bien,
hasta los mismos concursantes lo iban a pasar “de muerte”, literal, sería la apoteosis
del paroxismo al cuadrado. Podía ser algo así como la gala de Halloweeen, pero
que durará los tres meses.
En otro orden de cosas, cuando
alguien está convencido de que se va él esa noche, y le dice a su compañero en la soledad de la espera "Fuera
nos olvidamos de ésto, y seremos amigos", como ocurrió ayer, el otro debe
de estar seguro de que dentro, y durante el concurso, le ha apuñalado una y
otra vez.
Suso está demostrando en las
pocas semanas que lleva el concurso, que es maestro en pedir perdón una y otra
vez, diciendo, las veces que hagan falta, que sí se ha dado cuenta de su mal comportamiento esta vez.
Es un déjà vu constante. Y, como ayer, al regresar tras ser salvado, aprovecha
para vender unas cuantas motos de lo que dice que se ha enterado por las imágenes que la
organización le ha ofrecido, y entre farol y farol, algunas veladas amenazas a
sus compañeros.
Con respecto a las nominaciones, como ayer, denominadas como “cara a cara”, las mismas
darán espectáculo, pero, muy en contra de la opinión de Mercedes Milá, en
realidad, si favorecen a alguien, lo hacen a Suso, por el carácter de los
mismos concursantes que le tienen miedo, así, puro y duro miedo.
Votar uno por
uno, en la intimidad del confesionario, da más juego a la larga, porque se
puede engañar, y son más libres de opinar.
Por lo demás, lo dicho,
desencantado y sintiéndome por un día como un singular banquero: “sin dar
crédito”, y eso sí, con los bolsillos como los chorros del oro, limpios no,
limpísimos. ¿Y de esperanzas en el futuro de esta edición? Como los mismos bolsillos, nada de nada.
*FOTO: DE LA RED
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