Estos
días al levantarme tengo que tener mucho cuidado en no pisarme la
moral, ya que la tengo por los suelos. Y es que entre unos y otros,
la casa sin barrer.
Unos,
son el gobierno que se supone que son profesionales y que, se supone
también, que saben lo que están haciendo. Pues están dejando el
patio nacional que no lo va a reconocer ni la madre que nos parió a
todos.
Los
otros, somos nosotros, la culpa de todo, por comprarnos veinte mil
pisos y pedir doscientas mil hipotecas, cada uno, e intentar cobrar
todo en negro.
Me
parece que al final la culpa si va a ser nuestra, pero por dejarnos
tomar el pelo cada cuatro años en forma de cita electoral.
Ayer
estuve en la farmacia preguntando si había algún tipo de vitaminas
para el alma. La de la bata blanca, con su piel igual de blanca, me
imagino que por la pregunta, me contestó con mucho acierto, que
quizás eso pudiera más pertenecer al reino de los cielos, y a su
representación en la tierra en forma de Iglesia. Pero últimamente,
y aunque el que manda ese cotarro es tocayo mío, es pensar en la
IGLESIA, así en mayúsculas, y me da la sensación de que me
empiezan a meter mano, y uno no está en estos momentos para
florituras sexuales.
Al
salir de la farmacia, y con la sensación de ser el último hombre
sobre la tierra, pensé en que quizás la solución a lo que me
ocurre está en inventarme algo que tenga el denominado “efecto
placebo”, con lo cual más que en el mundo de la medicina, me
debiera acercar al mundo de la psicología, o más concretamente al
de la parapsicología, o para ser exactos “efecto E.T.” Por un
momento, y solo por un momento, juraría que mi dedo índice de la
mano derecha mutó a un color rojo fosforescente, y me lo apliqué
sobre mi cabeza al tiempo que mis labios decían tan solo dos
palabras a modo de sortilegio:-Mi...casa...
Y
desde ese momento, y cambiando la película de mi vida, me he
convertido en una especie de Forrest Gamp. No paro de andar, y como
ahora tengo que asumir que la vida es como un bombón, y que como
nunca sé lo que me va a tocar..., no más bombones, ni dulces, ni
similares.
No
camino por desiertos, pero Donosti por la noche tiene unas playas
espectaculares, llenas de reflejos en movimiento, para pasear en
solitario, y con el rumor de las olas alejar los demás ruidos de la
vida diaria, e intentar que dentro de mí, la única voz que se oiga
sea la mía, sin el eco de ningunas palabras que no sean queridas.
*FOTO: DE LA RED