El exceso en todo siempre es perjudicial, aunque también
lo es la otra postura, la que, en el argot futbolístico denominaríamos como “lamiendo
el poste”. Es decir, “cada cosa en su justa manera”. Y al decir esto último, a
este vecino se le han cruzado los cables, y por un momento ha oído la voz de su
madre diciendo “… y Dios en la de todos”.
Porque las madres son así, sin darse cuenta siempre actúan como
contadoras de cuentos, o filosofías varias, y a cada cosa que ocurre le tienen
que sacar su moraleja, chascarrillo final, o voz en off. Algo que indica que
ellas han vivido más que nosotros, que para cuando vamos, ellas ya han vuelto,
y que son cocineras (vaya que lo son, y las mejores) antes que frailes.
Y todo ésto, lo de que “cada cosa en su justa manera”
venía a cuento, a que algunas veces es necesario vivir la vida sin más, y
quitarse las gafas, en mi caso, o de blogger o de pintor, y vivir la vida sin estar tomando apuntes de nada y para
nada. Porque la vida es para sentirla, y no para leer el manual de instrucciones (se pierde mucho tiempo, y además no sirve para nada). La vida hay que descubrirla cada mañana, y no que te la cuenten. Y sí se toman apuntes, se deben de hacer,
si procede, al final del día, pero el resto del tiempo hay que vivirlo.
Algunas veces ocurre, algunas veces me ocurre, por ese defecto,
digamos que profesional (aunque es más vocacional, porque este vecino del mundo
no cobra por abrir todos los días esta atalaya desde donde observar), que estás
todo el día pendiente sobre qué escribir, o qué pintar, y tienes que recordarte
cada cierto tiempo que la vida no eso, solo hay que vivirla. Y luego ya puestos, hay mucho
tipo de opciones, si te acompaña la suerte, componente indispensable.
Hay quien opta por hacerse rico, y está todo el día
acumulando dinero, para que sean sus herederos, en la mayoría de los casos,
quienes disfruten de unas posibilidades creadas por alguien que en el peor de
los casos solo salía de su despacho para comer, reunido, siempre reunido, en
los mejores restaurantes, de las mejores ciudades, de los mejores países, del
mejor de los mundos posibles.
La vida es para practicar vida, y naturalmente, para querer a
los que te rodean, porque uno, el protagonista de su película, no puede tampoco
querer a todo el mundo. Suficiente ya es, que no fastidie, por no decir una
palabra más fuerte, a nadie. Porque los hay, y ya se me ha calentado no sé si
la boca o los dedos para teclear, o todo a la vez, pero hay quienes son
verdaderos profesionales de la jodienda, y pasan por este mundo como Atila, incluso
odiando a la ecología, y no vuelve a crecer la hierba.
La vida no es para arrasar, en todo caso para acariciar y
que te acaricien. Ese viento ligero, con el frescor de la mañana recién horneada,
una mañana fresca y crujiente, y sentir su frescor con esa mejilla todavía
anhelante de esa almohada a la que acaba de dejar calentita en la cama.
La vida es para reconocer cada minuto de ella la suerte
que se tiene en vivirla, sin que te la cuenten porque no te puedes mover,
porque estás enfermo.
La felicidad es estar lleno de vida, y cuando te aburres
de ser feliz, pues eso, lo cuentas a tu manera en un blog, o en un cuadro al
óleo. Pero, y no hay que olvidarlo nunca, la vida es para vivirla en gerundio:
viviendo.
Por cierto, y ya para terminar, aquellos que al leer todo ésto, se hayan quedado preocupados porque creen atisbar que se le puede, a este vecino del mundo, haber ido la mano con los medicamentos y sus dosis, que se queden tranquilos. Solo he aspirado un poco de oxigeno fresco de esta tarde que ya languidece (puede que haya quedado un poco cursi, pero es así), y quizás ya no estaba acostumbrado... No sé, pero me ha sentado muy bien. Lo dicho, la vida siempre en gerundio.
*FOTO: DE LA RED
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