Esta
mañana, fría y solitaria, estaba escuchando la radio mientras
pintaba al lado de la ventana, y ha sonado la canción “Adiós
amor”, interpretada, como debe ser, por Mocedades.
Como
he dicho más de una vez, no hay mejor lifting, u operación de
cirugía estética, que los sentimientos a flor de piel.
Comienzo
de los setenta, en Elgóibar, y pensabas que lo sabías todo. Todavía
quedaban los trenes antiguos, donde era más fácil, por el aspecto
del tren, encontrar un indio de los de las pelis de Almeria,
disparando con su arco, que un turista japonés disparando con su
cámara de fotos.
Verano,
de los de antes, de esos largos, muy largos. Durante el día a Deba, hoy Deva,
a la playa, con los amigos, y por la noche a dar una vuelta con los
amigos también.
Con
Mocedades prácticamente salimos nosotros del cascarón. Aunque eran mayores que nosotros, y vizcainos, eran ejemplo para muchos de
nosotros, de lo que se podía hacer teniendo un objetivo en la vida,
y no, como diría mi madre, viendo el tiempo pasar.
En
aquella época, y es opinión de este vecino del mundo, había mucha
gente que veía el tiempo pasar, y no esperaba a ningún tren del
destino para montar en ningún momento.
Por
eso, la envoltura de la canciones de Mocedades, los del comienzo, era
perfecta. Prácticamente solo guitarras y sus armoniosas voces.
Voces, además, de connotaciones virginales como no podía ser de
otra manera.
Y
es que crecimos pensando que solo los hombres pensaban en el sexo, y
eramos como lobos buscando una ovejita incauta.
El
problema es cuando descubrimos que este cuento no trataba de ovejas
incautas, que incauto en realidad era el cazador, porque ellas
siempre iban un paso o dos por delante, y si lograbas algo en el
campo del amor era porque ella quería, y la pieza no era ella sino
tu.
En
realidad, como siempre, teníamos el entorno y el tren que nos
merecíamos.
Se decía que estábamos retrasados con respecto al extranjero, y
no íbamos a tener un tren tan rápido que nos sacara de nuestro
mapa. Además, en aquellos trenes de madera, un asiento roto y el
otro también, la banda sonora de aquella canción entonada por
nosotros, después de habernos bañado en la playa, sonaba a sueños y
esperanzas, a amores furtivos, y a primeros besos. El verso que me
daba esperanza, y al mismo tiempo tristeza era aquel que decía: “… piensa en mí alguna vez”. Y es que en aquella época solo se
podía ser libre en el pensamiento.
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