Este
vecino del mundo lleva unas veinticuatro horas en las que aunque no
para de estar en su ventana mirando, lo único que ve es su vida.
Me
explico: ayer tuve una cita con mi dentista favorito, y como siempre,
me dejó con la boca abierta. Esta vez no por su locuacidad y buenas
maneras, sino que me sacó una muela y me puso un implante, o al
menos, como en un libro de los de ahora, la primera parte de él.
En
realidad, lo que sufrí no deja de ser una intervención quirúrgica,
y como ya me lo había advertido mi galeno favorito, las molestias,
una vez pasado el efecto de la anestesia local, son más que
evidentes, por lo que si no me puedo gestionar yo mismo, difícilmente
puedo pensar en el resto del mundo.
De
todas maneras, en los momentos de la ausencia de molestias, lo más
parecido al Edén, me ha dado tiempo ha elaborar una teoría, por la
cual las personas no piensan, las que lo hacen, con el
cerebro, como se pensaba hasta ahora, sino con la boca misma. De ahí
se puede comprender el por qué no me podía concentrar y enfocar mi
pensamiento.
No comprendo como hasta ahora no ha habido ninguna
otra persona que haya llegado a esta conclusión antes, cuando
estamos rodeados de signos más que evidentes.
Conectas
la radio, y los colaboradores de cualquier programa, a medida que se
les va calentando el pensamiento, en este caso en la boca, pueden
decir cualquier barbaridad disfrazada de cultura y buenas palabras,
además por aquello del corporativismo, y de esa ley tácita de no
me
pises el juanete y yo no te pisaré el tuyo,
normalmente no se corrigen, que no es lo mismo que contradecir.
Enciendes
la televisión, y en especial en ciertos programas, puedes enterarte
con aires de primicia mundial, de cómo es, por ejemplo, una reina de
la copla vista mediante los ojos de una mujer que durante un tiempo
trabajó para ella, y como no salió muy bien de allí, porque
evidentemente si hubiera estado bien, allí seguiría, le pone de
vuelta y media, y cuánto más le paguen en el citado programa, la
vuelta y media se puede convertir en más vueltas que una carrera de
Formula 1.
No
comprendo cómo a estos programas se les llama “del corazón”
cuando precisamente hay de todo menos eso, corazón, en la mayoría
de las declaraciones.
Volviendo
al tema de “la boca”, últimamente todo el mundo la tiene
caliente y presta a poner de vuelta y media a cualquiera que se le
ponga por delante.
Una
prueba de ello es lo ocurrido estos días pasados, al filtrarse
ochenta y un números de teléfono de todo tipo de famosos españoles,
a través de una página en internet, y posteriormente también
recogidas en las llamadas redes sociales.
La
mayoría de los incluidos en la lista ya han tenido que cambiar de
teléfono, por tenerlo colapsado, y precisamente no con llamadas en
las que la gente les dice lo buenos que son y lo que les admiran.
Quizás,
internet ha democratizado en cierta manera la fama, y es más fácil
ahora acceder a esos cinco minutos de gloria, y el hacernos pensar,
con la accesibilidad de las redes a cualquier lugar, de que en
realidad todos pertenecemos ya a una misma familia, y no hay que
olvidar que en muchas de ellas, las luchas del poder por el poder son
constantes.
Estamos
en una época, influenciados especialmente por la televisión y la
proximidad extrema del famoso, al que ya vemos como uno más de la
familia, y nos creemos capacitados para decirles cualquier cosa, eso
sí, sin pasar por el cerebro; haciéndolo directamente desde la
boca, y nunca conviene olvidar de que por la boca muere el pez.
*FOTO: DE LA RED