Perturbación angustiosa del ánimo, por un riesgo o daño real o imaginario. Esa
es la primera definición en el diccionario de la palabra miedo.
Estamos
acostumbrados a que nos avasallen en el cine con monstruos de todo
tipo para hacernos sentir al menos íncomodos, cuando los
mecanismos de nuestra mente son en realidad más simples.
Las
personas en general tendemos a racionalizar todo, por eso desde
pequeños nuestra pregunta preferida es por
qué.
Estamos cuando menos
mosqueados al ir de viaje y no conocer la zona, y nuestro máximo
interés en ese momento es el tener nuestras pertenencias,
especialmente la cartera y el bolso, controlados. Es más fácil, por
ejemplo, que nos roben en visitas posteriores, porque la primera vez,
ante lo desconocido, prácticamente ni parpadeamos.
Películas, como Tiburón
o Alien (la primera), tienen mucho en común porque durante gran
parte de la película estás esperando a que aparezca el monstruo, y
cada movimiento de cámara brusco o subida del volumen o de la
música, ya significa un salto en la butaca. En realidad, tenemos
miedo a lo desconocido.
En nuestra vida diaria,
siempre queremos tener todo controlado, por eso un cambio brusco en
nuestra perspectiva se puede traducir en miedo
total.
Ahora, estamos en casa,
sentados delante de la televisión. Nuestra pareja está en otra
habitación, y desde allí, con una voz neutra nos dice: -Tenemos
que hablar.
En ese momento es mejor
que tengas la batería del marcapasos recién estrenada porque se
para el tiempo, y en el segundo siguiente piensas de todo, y nada
bueno. Eso es el verdadero miedo en la vida diaria.
Nunca tres simples
palabras pueden abrir un tan amplio abanico de posibilidades del
negro al gris, porque sabes que no ha querido decir lo que ha dicho.
No quiere que tu hables, sino que en realidad vas a tener que
escuchar, lo que en castellano siempre se ha denominado como las
verdades del barquero.
En la actualidad se
podría modernizar este dicho como “las verdades del banquero”, y
todavía se pondría más cruel, pues ése sí que no tiene piedad, y
menos en nuestros días.
Esa frase, la primigenia,
es una llave a todo. Incluso, si la sabes utilizar bien,
puedes conseguir lo mismo que encontrando al genio de la lámpara,
porque la persona a la que podemos denominar paciente,
como se
espera cualquier cosa, si al final en realidad lo que le estás
pidiendo es un abrigo, o un viaje, ya está de antemano concedido,
porque el paciente va a pensar: -Solo era eso.
De todas maneras, y ya
para terminar, conviene advertir que el miedo se va superando, y los
mismos trucos al final ya no funcionan por ser reiterativos.
*FOTO: DE LA RED