Me encontraba en un campo lleno de flores, con una mezcolanza de colores y olores vírgenes. La hierba crecía salvaje alcanzando en muchos casos mis hombros, sin embargo no pensaba en posibles bichos agazapados en lo tupido del terreno, sino en llegar a una cabaña de madera que se distinguía al fondo. La cabaña no era una prioridad en sí misma, sino una posibilidad, un deseo.
Sabía que estaba soñando y quería aprovechar el momento, porque éste si era un buen sitio para estar, para saborear cada color y cada olor. Porque el sueño olía, podía ser un engaño de los sentidos, dormidos también, pero eso no importaba. Si la cabaña era de madera, de una madera soñada, de una madera perfecta, las flores olían como nunca antes lo había vivido, lo había soñado. Un olor a libertad, a primera vez; aunque existía una casa, olía a primera vez, a inocencia, si es que la inocencia puede oler.
Poco a poco me movía por el campo, y me acercaba a la casa. Mientras lo hacía el temor crecía. Sabía desde que comenzó el sueño, que nunca entraría en ella, quizás porque ese fuera otro sueño, y hoy no tocaba; quizás porque nunca formaría parte de mí. Me debería conformar con ese paisaje, y la palabra conformar no entraba en el diccionario del edén.
En un edén todo es posible. Se desea siempre, y uno nunca se conforma, porque si lo haces ya estás atado, y si lo estás no puedes soñar, y lo que vives, o lo que duermes, ya no tiene sentido, ya no está, ya no te habita.
En realidad no visitas un sueño, él te visita a tí. Te posee mientras duermes. Es una dulce posesión, tal vez imprevista, pero siempre deseada. El deseo te hace seguir durmiendo, seguir viviendo en el país del Edén, donde no se habla, solo se siente. Nada malo te puede pasar porque el sueño siempre es bueno. No tiene sonido, ni banda sonora, quizás es un sueño cojo, pero a estas horas de la madrugada, ni quieres ni puedes quejarte, porque no has venido a eso. En realidad no has venido, te ha traído quizás la casualidad, pero no te preguntas nada. En un sueño no preguntas, sientes. Mañana, si te acuerdas, vendrán las preguntas, pero con ellas ya no sientes felicidad, quizás solo desasosiego, y con ello puedes sufrir. En el Edén no se sufre; no hay prohibiciones pero nunca se sufre. Ese sentimiento está desterrado, quizás porque con él, con el sufrimiento, el sueño se rompería, y quiero habitar el Edén por los siglos de los siglos, por los siglos que duren una noche.
AUTOR: PEREZ RUIZ-POVEDA
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