Este vecino del mundo de
pequeño se imaginaba a Roma como si fuera un punto lleno de flechas a su
alrededor, por aquello de que “Todos los caminos conducen a Roma”, porque el
otro significado, el más profundo, de que en realidad todo tiene algo que ver,
tardó muchos años en llegar.
Cada vez que nuestra
familia nos movíamos a algún lado, que la verdad que nos movimos poco, por
aquello de la España en blanco y negro, y que más valía llenarse la tripa a
pegarse un viajecito, desde la mente de un niño, siempre me preguntaba “¿Y a
cuantos kilómetros estaremos ahora de Roma?”.
Cuando no se entiende ni el
concepto, ni el verdadero alcance de las cosas, pasan situaciones como ésta.
Algo parecido ha pasado hoy
tras el huracán de la entrega de los Oscar. Me refiero a ello como huracán
porque tras él ha habido vientecitos de todo tipo.
En primer lugar digamos que
tras ver varias galerías de fotos con todo tipo de parejas, y personas en
solitario, posando a la entrada del Teatro Dolby en Los Ángeles, todo el tiempo
he tenido la sensación de un continuo déjà vu. E instantes después me he dado
cuenta, me recordaba mucho a las visitas al Museo Madame Tussauds, en
Londres, donde parece que la vida se para por unos momentos, vestida eso sí de
las mejores galas. Y las mejores galas estaban ayer reunidas en la Roma del
cine que es Hollywood, porque en el mundo del cine todos los caminos conducen a
los Oscar, aunque en la mayoría de los casos queden como un deseo muerto antes
de nacer, o te pierdas por el camino del fracaso y de la incomprensión.
Y como he dicho antes, tras
el huracán Oscar, cargado de estatuillas
y de desilusión, mucha desilusión para los perdedores, ha habido algún vientecillo
que ha llegado a España en forma de foto de una Sonia Monroy tan esplendorosa
como esas flores que se guardaban en la alacena para dar buen olor a objetos
inertes. Toda sonriente y vistiendo un modelito de fabricación propia, como no
podía ser de otra manera, y como principal elemento decorativo una bandera
española ceñida a sus curvas, que de sugerentes ya no son nada, porque han sido
muy publicitadas en cualquier momento que le han dejado.
Nos han intentado colar unas
fotos, en las que la Señorita Monroy se supone que estaba haciendo el denominado
paseíllo de la fama, y luego nos hemos enterado de que estaban sacadas el
sábado, el día anterior a la ceremonia, y que además “se le rogó encarecidamente
que abandonara el lugar”.
Ésta quizás también puede
ser otra marca España, la de aquellos que hacen la guerra por su cuenta, y que
desgraciadamente nunca entendieron aquella frase: “Cuando el sabio señala la
luna, el necio se queda mirando el dedo”. Y el dedo en este caso es
las luces y las sombras de una gala, que da para lo que da, hacer más
publicidad a una industria, la del cine americano, que sabe vender muy bien sus
productos.
A la Señorita Monroy habría
que decirle que lo importante en un cava, o en un champagne francés es la bebida
en sí, su cuerpo, su sabor, su buqué, el todo que le hace ser una bebida
excelente, y no la explosión al quitar el tapón. Y el desfile de los Oscar es
lo que queda en la retina del no iniciado. Porque siempre quedan ocultas las
muchas clases de actuación, ensayos, exámenes de todo tipo, y que te digan mil
veces que “no” antes de un posible “sí”, que en realidad tampoco tiene por qué
llevar al éxito, sino que puede ser el pasaporte a otro fracaso.
Con respecto a La Monroy, como ya ha quedado retratada en la mente del españolito medio, es muy
probable que mucha parte de culpa del éxito que nunca tuvo sea de ella misma,
por pasar el tiempo pergeñando simulacros en lugar de hacerse una buena base de
formación. Si a ella le queda la ilusión de que al menos nos ha
alegrado un rato con su “ocurrencia”, decirle que ni eso tristemente. A este vecino le ha ratificado una verdad, la idea de qué triste es el fracaso, y más cuando no lo quieres ver.
*FOTO: DE LA RED