He leído estos días lo tecnológicamente “pretty perfect”,
como diría un cursi, que estamos logrando ser, consiguiendo, por ejemplo, que un
nuevo robot pulverice el récord para
solucionar el cubo de Rubik con solo 0,887 segundos.
El día que necesite imperiosamente solucionar ese
problema, el de Rubik, ya puedo estar tranquilo. Incluso a lo mejor, cualquier día de estos descubrimos que el resolver el problema del citado cubo es la llave a un mundo mejor...
Mientras, ya que por ahora no hay ningún impuesto sobre
ello, y es de lo poco que se puede hacer en un periodo de crisis, me quedo
pensando sobre esa noticia. ¿Eso es bueno? ¿Es importante? Realmente lo
será. Pero quizás este vecino del mundo vería un avance en la ciencia, el día
que un robot al leer, y comprender, un periódico, supiera distinguir las
noticias positivas de las negativas, evaluara el panorama general, y como opinión
sincera, si procediera, llorara, y
llorara amargamente además, mientras intenta desesperadamente desconectarse de
un mundo que no le gustara nada.
Habremos adelantado en ciencia, en tecnología, y todo lo
demás, el día que se diseñe un robot que aprecie los paseos matutinos, el andar
por andar, el saborear el roce del viento sobre el panel de su cara. El dejarse
llevar por el susurro de la naturaleza. Incluso, conseguiremos la vida
artificial plena, el día en que un robot al leer que los muñecos de unos
titiriteros han sido detenidos, y que estos, los titiriteros, ya no son considerados peligrosos porque no tienen los muñecos, se partan de risa y consideren seriamente si en
realidad son tan perfectos al venir de las manos de gente con esa mentalidad.
Nosotros nos hemos criado en la creencia de que Dios está
en todas partes, y que prácticamente cuando estás pensando y planteándote algo,
Dios ya lo sabe, no sé si por redes sociales celestiales mandadas por tu ángel
de la guarda, que actúa en este caso como chivato, o confidente, pero Dios ya
lo sabe, en una especie de Gran Hermano y Dictador todo junto.
Sin embargo, el Dios
de los robots, sus creadores, o sea nosotros, tienen un nivel muy bajo de
criterio, tanto como para meter en su purgatorio, o en su infierno
particular a unos títeres, o incluso el llegar a pensar que un titiritero sin títeres
no es peligroso, si es que antes lo fuera, porque el peligro lo debe de tener entonces la marioneta, lo cual
a un robot filosófico tiene que hacerle plantearse lo triste y estrecha que es
su existencia, con un Dios que piensa esas cosas.
Eso, sin que el robot llegue a la conclusión todavía, de qué
futuro le espera dedicándose a resolver cubos de Rubik.
*FOTO: DE LA RED