viernes, 7 de septiembre de 2012

BRIAN DE PALMA A LA DONOSTIARRA



Uno de estos días en que uno está más solo que la una y que no te queda más remedio que hablar contigo mismo, me preguntaba, que partiendo de que mi vida fuera una película, quién me gustaría que la dirigiera.


Tras pensar un buen rato y teniendo presente que ya muchos días nuestra vida parece muy similar a las aventuras de un Berlanga desenfrenado, mis pensamientos y gustos se encaminaron en primer lugar hacia Hitchcock, amo del suspense, pero para regir mi vida quizás demasiado academicista y clásico, por lo que entonces apareció en mi mente Brian de Palma, con unas historias a lo Hitchcock pero pasadas por un tamiz vicioso y anfetamínico, con una saturación de colores rayando en el colocón.


Pasear por las salas de un Museo de San Telmo persiguiendo a una ninfómana desconocida, con la cara y cuerpo de Angie Dickinson, mientras un asesino se viste para matar, ya no se hace tan raro después del caso de la concejala de la provincia de Toledo, cuyas escenas íntimas han sido desveladas por internet por el malo de su película.


Tener, en la Avenida de Isabel II, una vecina que trabaja como doble de cuerpo, y que sale todas las noches al balcón, con la cara y cuerpo de una jovencísima Melanie Griffith, solo vestida con un tatuaje en sus nalgas, mientras presencia un asesinato en la casa de enfrente.


Cada vez que este vecino del mundo ve por televisión a Antonio Banderas, siempre se acuerda de la mariposa varada en las nalgas de la Melania americana, y si seguirá en ellas, o era solo fruto del maquillaje para aquella película.


Tener el trabajo de un John Travolta como técnico de sonido, en busca de una voz para finalizar una película, y encontrarse con una virginal Nancy Allen que le causará el mayor impacto de su vida, pero cambiando el desfile del 4 de Julio, por la tamborrada de la víspera de San Sebastián y una abarrotada parte vieja donde no sería fácil escapar de las garras de un asesino.


No importa el director que fuera, pero incluso un Polanski podría rodar otra película con un frenético Harrison Ford, en muchas de esas buhardillas con aire francés que vigilan al Urumea.


Aparte del nombrado hasta el aburrimiento “marco incomparable”, tenemos un gran plató en nuestras calles y montes del que todavía no somos conscientes, quizás porque seguimos esperando al amigo americano. Pero esa ya es otra película.


*FOTO: DE LA RED

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