Hoy viendo una serie en el portátil he oído una frase, el guionista en su momento escribió unas palabras, de esas que hacen pensar, como en "El crack cero", lo último de Garci, y que diferencian además la vida real de una película.
Uno no va “on line”, como se dice ahora, diciendo frases redondas, que parece que llevan incluso flash incorporado para que no pasen desapercibidas, como en el capítulo de "El embarcadero. Segunda temporada" que he visto hoy: “Ponerle nombre a un deseo es como domesticarlo”. Y no sé por qué pero me he imaginado una moto, de esas de gran cilindrada, con vitola.
Es curioso, porque no me gustan
ni las motos ni los puros, de hecho ni fumo. Bien pensado quizás sea un poco
fetichista, representando un deseo, un recuerdo, en algo material. Pero de eso
a que mi mente, mi subconsciente, o todo ello, resuma mi visión del deseo como
velocidad, humo y marcas comerciales, dista mucho, al menos, de la visión que tengo de mí
mismo.
Ahora vienen a mi mente
recuerdos de la primera vez que me vi en una película de aquellas, que ya, los
millennials por ejemplo nunca habrán oído hablar, de las cámaras “Super 8”.
No es solo que no me reconociera en aquella figura delgada y desgarbada de un joven de unos catorce años, sino posteriormente, y oyéndome en una “casete”, llegué a la conclusión de que si me cruzara en la calle conmigo mismo y además, para más inri, me hiciera una pregunta, no es que no me reconociera, sino que además mi cara no me iba a sonar de nada.
Muy probablemente, además, me cayera mal. Normalmente caigo mal en las primeras impresiones. Quizás tenga que ver algo con mi timidez, que además cada vez que la comento, la gente, a las primeras de cambio, no me cree. Con lo cual ha llegado un momento en que ni te fijas, ni te fías, de las primeras reacciones de los otros, lo cual, en el fondo, es bastante triste e injusto para todos.
Es lo que tienen las frases redondas de los guiones, que en cuanto las toqueteas un poco, donde antes tenías la redondez hecha perfección, en el peor de los casos ahora tienes un acordeón, y por supuesto, desafinado.
*FOTO: DE LA RED
No es solo que no me reconociera en aquella figura delgada y desgarbada de un joven de unos catorce años, sino posteriormente, y oyéndome en una “casete”, llegué a la conclusión de que si me cruzara en la calle conmigo mismo y además, para más inri, me hiciera una pregunta, no es que no me reconociera, sino que además mi cara no me iba a sonar de nada.
Muy probablemente, además, me cayera mal. Normalmente caigo mal en las primeras impresiones. Quizás tenga que ver algo con mi timidez, que además cada vez que la comento, la gente, a las primeras de cambio, no me cree. Con lo cual ha llegado un momento en que ni te fijas, ni te fías, de las primeras reacciones de los otros, lo cual, en el fondo, es bastante triste e injusto para todos.
Es lo que tienen las frases redondas de los guiones, que en cuanto las toqueteas un poco, donde antes tenías la redondez hecha perfección, en el peor de los casos ahora tienes un acordeón, y por supuesto, desafinado.
*FOTO: DE LA RED