Escrutando los periódicos digitales de hoy buscando una
noticia diferente y que sin duda pueda pasar desapercibida por su aparente
pequeñez, pero que pueda dar, a un mismo tiempo, para un largo pensamiento, o como se diría en el
argot periodístico, diera para un “editorial”, me encuentro en un segundo plano
en El País: “Hallado en Valencia el cadáver
momificado de una anciana a la que nadie echó en falta en cuatro años”.
A destacar, antes de nada, que es una noticia que desgraciadamente se está repitiendo cada vez más, en una sociedad más longeva y solitaria.
A destacar, antes de nada, que es una noticia que desgraciadamente se está repitiendo cada vez más, en una sociedad más longeva y solitaria.
Ya si al mero hecho de fallecer alguien que siempre tiene
mucho de tristeza, le añades el factor soledad, tienes un panorama desolador.
Nunca quieres la muerte, irónicamente es ley de vida, pero mucho menos separado de todo el mundo, bien porque la vida es así, y no te queda ningún familiar, o porque en algún momento, quizás, tu actitud te fue separando de todo el mundo…
Nunca quieres la muerte, irónicamente es ley de vida, pero mucho menos separado de todo el mundo, bien porque la vida es así, y no te queda ningún familiar, o porque en algún momento, quizás, tu actitud te fue separando de todo el mundo…
En la noticia se dice que “Una portavoz de la Policía
Nacional (es de agradecer que en estos momentos en los que se hace campaña por
todo, no nos hayan martirizado con lo de “portavoza”) ha indicado que el aviso
lo dio este lunes por la tarde un vecino que salió a limpiar el deslunado —el
pequeño patio interior que sirve para iluminar y ventilar las casas en los
barrios marítimos valencianos— de su vivienda y vio que en el inmueble contiguo
había ropa tendida que parecía llevar años colgada. Cuando se fijó mejor,
observó también unas piernas tumbadas en el suelo a través de la ventana de la
cocina”.
Parece ser que el cierre, casi hermético de la vivienda,
contribuyó a encontrar el cadáver momificado, y consecuentemente, evitándose el
hedor que en otro momento pudiera haber alertado a los vecinos.
Me han dado mucho que pensar también dos pequeños detalles
que se puede desprender de lo leído siendo un poco malote, y que en un primer
lugar me llevaría a ensalzar la aparente falta de cotilleo de un edificio en el
que no se eche en falta a alguien por mucho que no se relacione con nadie. Es
más, debían de estar convencidos de que se debía de haber mudado de lugar.
Y el otro detalle que le da al ojo a este vecino del
mundo, es que en cuatro
años sea la primera vez que se limpia ese patio.
Este vecino del mundo es mucho de sensaciones repentinas,
y quizás como consecuencia del muy reciente fallecimiento de Don Antonio
Mercero, y con él quizás todavía en la piel, lo primero que le ha venido a la
mente tras la noticia, es la imagen de un López Vázquez aterrado en “La cabina”.
La pequeñez y fragilidad de una simple vida ante el “todo” que te rodea.
Y mientras una cabina es una especie de pecera en la que
todavía se puede distinguir si hay vida en su interior, la frialdad de unas
casas encaladas, como es el caso del escenario donde ha ocurrido el hallazgo (y que a este vecino, dicho sea de paso, le parece precioso y digno cuando menos
de ser inmortalizado en un cuadro) nunca delatarán la tragedia que puede
esconderse en su interior.
*FOTO: DE LA RED
*FOTO: DE LA RED