¡Adelante con los faroles!
Una expresión, quizás en
desuso, que solía decir mi padre, que junto con “el cine de las sábanas blancas”
huele no a ayer, sino a una infancia de anteayer.
¡Adelante con los faroles!
Hacía falta valor para tomar una determinación, y después apechugar con el
resultado. ¡Adelante con los faroles! Y un niño de unos diez años, no más, se
imaginaba los faroles, así los llamaba él, que formaban parte de los desfiles
de una Semana Santa tan importante como para pararlo todo, desde la radio hasta
los juegos. Esas luces, provenientes de
velas enclaustradas en unos farolillos acabados en palo convertido en un bastón
iluminado, de esos de los que llevan los nazarenos.
Una expresión, ¡Adelante con
los faroles!, que forma parte de una España en blanco y negro, con cocinas económicas
en las que todavía no tenían razón de ser el butano ni el butanero. Casas en
las que tras el trabajo, el marido se afeita en camiseta de manga corta, y se peina con
agua y jabón, remedando a un Brando con acento español, y pasado por una censura
salvadora de infiernos acechantes en verbenas de pueblo amenizadas por una "jazband".
Luces amarillentas para
vidas que intentaban encauzarse tras una guerra en la que solo hubo vencedores, los "otros" tenían que ser olvidados, y nunca mencionados, con cartillas
de racionamiento que ya dormían, aunque nunca olvidadas, en un cajón donde se
guardaban las cosas que se querían dejar atrás.
Niños, nosotros, hijos de la
leche en polvo americana en escuelas públicas, que aprendíamos de la Enciclopedia
Álvarez, y de recreos con balón y bocadillo de chocolate o de pan con aceite.
Tardes de jugar niños y niñas separados, como en la escuela, mientras las madres
en la cocina oyen la radionovela con Pedro Pablo Ayuso, Matilde Conesa, en una narración
de Teófilo Martínez.
Días de adelante con los faroles
y de cine de las sábanas blancas, en los que ya no teníamos nada que perder,
solo la inocencia, porque todo lo demás se lo había quedado el dictador.
*FOTO: DE LA RED