Hoy,
debería de hablar de la cantidad de cosas que me han ocurrido en
apenas cuarenta y ocho horas, desde que este vecino del mundo ha
cambiado de aires, los donostiarras por los torrevejenses.
Hoy,
debería de hablar de cómo se va notando la diferencia, con notas de
crisis, en una localidad acostumbrada a servir de decorado de muchos
sueños de vacaciones, y en los que, cada vez más, restaurantes
marineros, de comida campechana, y precios desorbitados, dan paso a
restaurantes monocordes, de color wok, y precios recortados, como los
ojos de sus propietarios, recortados orientalmente.
Hoy,
debería de hablar de esos trabajadores o trabajadoras vacacionales
que meten horas extras para poner sus sillas y sombrillas los
primeros de la mañana, mientras sus señoras o señores disfrutan
de un palmo más de cama, y de arrobas de tranquilidad marital.
Sin
embargo, hoy tengo que hablar de lo ocurrido con más
de dos centenares de personas que ayer por la noche tuvieron la mala
suerte de estar en el sitio equivocado, en el momento equivocado, y
que sus vidas han girado inevitablemente mientras su tren no lo hacía
en una curva en las inmediaciones de Santiago de Compostela.
Hoy
tengo que hablar del momento cuando la política desaparece para
hablar de sentimientos, y de muestras de ayuda, solidaridad, y amor
entre desconocidos pero entendidos por pertenecer a la misma especie,
y donde una lágrima significa lo mismo en cualquier idioma.
Hoy
tengo que hablar de esos momentos que trascienden al tiempo, y son
algo más que una foto para los votantes, y unos datos para un
archivo. Momentos en los que sobran las palabras, porque no pueden
describir la crudeza de unas vidas rotas que han terminado para
siempre, y de otras que inevitablemente nunca volverán a ser como
antes de aquella curva, que fuera por lo que fuera, se tomó mucho
más rápida que la despedida que no tuvieron los que por siempre han
quedado anclados en ese momento.
Hoy
tengo que hablar de todos esos cargos involucrados en este suceso,
para que después de las fotos y las declaraciones, sigan recordando
al cabo de un tiempo, que las víctimas no fueron nunca un número,
sino un conjunto de sueños y esperanzas rotos sobre una fría vía
de tren que en un tiempo fue lo último en tecnología, y que
quizás ahora solo sea lo último de la tecnología.
¡Descansen
en paz todas las víctimas del tren que nunca llegó a Santiago de
Compostela, y nuestro pésame a todos sus familiares y amigos!