¡Ya está! El libro de este año se cierra hoy. Atrás
quedarán personajes que se han ido para siempre, unos porque nos han dejado
físicamente, otros porque el olvido se apoderó de ellos, o incluso de nosotros.
Menos mal que para acabar un año no hay que dejar zanjado todo lo del año
anterior, como si fuera un curso
escolar, porque sino, por ejemplo, los catalanes a lo mejor en el 2020 cerraban
el 2015, en cuanto a votaciones se refiere, y Mariano Rajoy, si hubiera que
esperar a que cree ese millón de empleos, lo acabaría, en todo caso, su tataranieto,
que para más inri, a lo mejor era de “We can”, porque para entonces todos hablaríamos en inglés, eso sí, con acento de Cuenca, el que fuera de Cuenca, e
insertando unos cuantos “pichas” el que fuera gaditano.
La verdad es que este año ha sido movidito, pese a la
inmovilidad de un gobierno cada vez más parecido a aquel personaje de Paco
Martínez Soria, “Don Erre que Erre”, que siempre ha confundido, como la mayoría
de los políticos, lo que desea su partido, con lo que desea España.
También hemos aprendido, por aquello de que a la fuerza
ahorcan, que incluso podemos estar peor, y que desde la izquierda, la culpa la
tiene la derecha, y, por supuesto, que al revés. Y al final, como decía la
canción, seguro que la culpa fue del chachachá. Siempre tan proclives a echar la culpa a alguien, y no a encontrar el camino para enmendar errores posteriores.
Creo, y la experiencia es un grado, que este año en lugar
de doce uvas, me voy a tomar doce pastillas pero, tranquilos, de esas que
venden, en lo que ahora se ha bautizado como “tiendas de chuches”, y que antes formaba parte de la tienda de ultramarinos de toda tu vida, y que ha desaparecido por
culpa de una de las mil franquicias. Pastillas que aunque son blancas, como
toda pastilla que se precie, son de diversos sabores, como limón, naranja, fresa…
No tengo la intención de que se llenen las “Urgencias” de
este país, y menos tal noche como la de hoy, con personas en estado comatoso, sino que en una especie de brindis
al sol, o de "que lo que no te mata te hace más fuerte", me voy a ir vacunando,
con cada campanada, contra pecados, o defectos, como la envidia, el pelotazo,
el egoísmo, el “hoy yo primero, y mañana también”, el culto al cuerpo por el
culto al cuerpo, y dentro de ese cuerpo, más yermo que la mojama, suponiendo
que la mojama sea yerma, no encuentras nada.
Vacunarnos contra las promesas incumplidas, contra las frases
llenas de apariencia y nada de coherencia, contra obispos más papistas que ese
cura obrero que ahora tenemos por Papa, que no confundamos la noticia con la
propaganda, la búsqueda de la verdad con la búsqueda de su verdad.
Hoy terminamos un libro, de nuestra propia biblioteca. Un
ejemplar, de una vida que normalmente no suele serlo, que huele a amor, a
decepción, a tristeza, a alegría. Un
libro que resume una vida, la del propio interesado, y del que tenemos que aprender, para que el que
inauguremos mañana, tenga menos borrones, menos zonas oscuras de nuestra cara
oculta. Eso, en el mejor de los casos, de que lleguemos a inaugurar el libro
del mañana, porque la vida ya es tan precaria en sí, como esos contratos de un
día, que no sirven para dar de comer, sino para bajar la cifra de parados, y no
la de muertos de hambre.
¡Año Viejo, que te den!
*FOTO: DE LA RED